No todos los mínimos han sido
sedentarios. Muchos han hecho largos viajes, han visto mundo. No
hablo de la itinerancia que suponen los cambios de destino dentro de
la Provincia monástica respectiva, ni siquiera de los que dentro de
Europa debían hacerse para trasladarse a los Capítulos Generales o
los que los Superiores Generales o sus Vicarios debían llevar a cabo
para llevar a cabo la visita canónica. Hablo de otros largos
recorridos. Como el que llevó en 1493 a fray Bernardo Boyl a cruzar
los mares hacia las nuevas tierras descubiertas como encargado de la
primera evangelización. Fue una estancia ultramarina relativamente
corta y misionalmente fracasada, pero meses después Boyl le contaba
a Munzer, según el testimonio de éste, mil cosas de aquellas
lejanas tierras.
Algunas veces el viaje y el destino se
producían muy a pesar de los frailes concernidos. Tal era el caso de
los que en el Mediterráneo eran apresados por corsarios y llevados a
Berbería a pasar penalidades en tanto no fueran rescatados, si
finalmente lo eran. Algunas provincias monásticas surgieron
precisamente por tener que evitar el riesgo del viaje marítimo
requerido para participar en Capítulos Provinciales o Definitorios;
tal fue el caso de Mallorca o del vicariato de Cerdeña.
Otras veces fue la promoción episcopal
la que, teniendo como destino una sede en Indias, obligaba a
emprender un viaje que nunca estaba exento de dificultades. Lo supo
fray Francisco del Rincón cuando, teniendo que llegar a Santo
Domingo, sufrió un naufragio que le hizo tomar tierra en un
despoblado de Cuba. Lo sabía bien fray Luis de Cañizares quien,
destinado a una paupérrima diócesis filipina, decidió prorrogar
sine die su escala en México, esperando que sus amigos en Madrid le
consiguieran pronto un ascenso que le evitara proseguir su viaje.
Otros mínimos partieron en verdaderas
expediciones científicas. Los más conocidos son Plumier y Feuillée.
Tres viajes realizó Plumier, en uno de los cuales fue apresado por
corsarios y llevado a Tobago; emprendió el cuarto con destino a
Perú, pero murió en el Puerto de Santa María. De Feuillée se
conocen también cuatro expediciones a África y América. Podemos
mencionar también a aquellos que viajaron al Próximo Oriente, como
el Padre Valbuena enviado por la reina de España a llevar un
donativo para los cristianos del lugar, o como el Padre Minuti que lo
hizo a la búsqueda de documentos y antigüedades.
Finalmente cabe mencionar a los mínimos
que habían emprendido largos viajes antes de entrar en religión.
Ese sería el caso, por ejemplo, del Padre Boullé que había estado
en Canadá a las órdenes de Champlain combatiendo o parlamentando
con ingleses y con amerindios. O, para poner el ejemplo de un
personaje más cercano, a caballo de los siglos XIX y XX, puede
mencionarse al Padre Roldós, restaurador de los mínimos en España,
quien precedentemente había sido capitán en la marina mercante,
donde hacía la ruta del golfo de Guinea. Este pasado marinero no
siempre fue bien visto por sus hermanos religiosos; a veces algunos
se lamentaban arguyendo que cómo podía ser superior religioso un
antiguo marino; estas murmuraciones llegaron a oídos de Roldós
quien replicaba que precisamente por haber tenido que capear
temporales al frente de una tripulación podía, mejor que muchos
frailes comodones y sedentarios, capear las dificultades que suponía
estar al frente de una comunidad religiosa.