domingo, 19 de abril de 2015

Mínimos viajeros


No todos los mínimos han sido sedentarios. Muchos han hecho largos viajes, han visto mundo. No hablo de la itinerancia que suponen los cambios de destino dentro de la Provincia monástica respectiva, ni siquiera de los que dentro de Europa debían hacerse para trasladarse a los Capítulos Generales o los que los Superiores Generales o sus Vicarios debían llevar a cabo para llevar a cabo la visita canónica. Hablo de otros largos recorridos. Como el que llevó en 1493 a fray Bernardo Boyl a cruzar los mares hacia las nuevas tierras descubiertas como encargado de la primera evangelización. Fue una estancia ultramarina relativamente corta y misionalmente fracasada, pero meses después Boyl le contaba a Munzer, según el testimonio de éste, mil cosas de aquellas lejanas tierras.
Algunas veces el viaje y el destino se producían muy a pesar de los frailes concernidos. Tal era el caso de los que en el Mediterráneo eran apresados por corsarios y llevados a Berbería a pasar penalidades en tanto no fueran rescatados, si finalmente lo eran. Algunas provincias monásticas surgieron precisamente por tener que evitar el riesgo del viaje marítimo requerido para participar en Capítulos Provinciales o Definitorios; tal fue el caso de Mallorca o del vicariato de Cerdeña.
Otras veces fue la promoción episcopal la que, teniendo como destino una sede en Indias, obligaba a emprender un viaje que nunca estaba exento de dificultades. Lo supo fray Francisco del Rincón cuando, teniendo que llegar a Santo Domingo, sufrió un naufragio que le hizo tomar tierra en un despoblado de Cuba. Lo sabía bien fray Luis de Cañizares quien, destinado a una paupérrima diócesis filipina, decidió prorrogar sine die su escala en México, esperando que sus amigos en Madrid le consiguieran pronto un ascenso que le evitara proseguir su viaje.
Otros mínimos partieron en verdaderas expediciones científicas. Los más conocidos son Plumier y Feuillée. Tres viajes realizó Plumier, en uno de los cuales fue apresado por corsarios y llevado a Tobago; emprendió el cuarto con destino a Perú, pero murió en el Puerto de Santa María. De Feuillée se conocen también cuatro expediciones a África y América. Podemos mencionar también a aquellos que viajaron al Próximo Oriente, como el Padre Valbuena enviado por la reina de España a llevar un donativo para los cristianos del lugar, o como el Padre Minuti que lo hizo a la búsqueda de documentos y antigüedades.

Finalmente cabe mencionar a los mínimos que habían emprendido largos viajes antes de entrar en religión. Ese sería el caso, por ejemplo, del Padre Boullé que había estado en Canadá a las órdenes de Champlain combatiendo o parlamentando con ingleses y con amerindios. O, para poner el ejemplo de un personaje más cercano, a caballo de los siglos XIX y XX, puede mencionarse al Padre Roldós, restaurador de los mínimos en España, quien precedentemente había sido capitán en la marina mercante, donde hacía la ruta del golfo de Guinea. Este pasado marinero no siempre fue bien visto por sus hermanos religiosos; a veces algunos se lamentaban arguyendo que cómo podía ser superior religioso un antiguo marino; estas murmuraciones llegaron a oídos de Roldós quien replicaba que precisamente por haber tenido que capear temporales al frente de una tripulación podía, mejor que muchos frailes comodones y sedentarios, capear las dificultades que suponía estar al frente de una comunidad religiosa.

2 comentarios:

  1. Parece que Luis de Cañizares era un tunante. ¿No tenían entonces los obispos obligación de residencia?

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  2. Sí, era una obligación que había sido especialmente reafirmada y acentuada por el Concilio de Trento. De hecho, a Cañizares se le requirió desde la Corona a que pasase a su diócesis, aunque él trató de justificar su permanencia en México. Finalmente la cosa se resolvió nombrándole como coadjutor de Comayagua.

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