Los mínimos, aunque
caracterizados por ciertos rasgos monástico-conventuales, no somos
stricto sensu monjes. Para mí es un alivio, porque, de lo
contrario, habría entrado en crisis.
Leo en el núm. 1862 de
Catalunya Cristiana, en la columna "Pensándolo mejor" que una
monja benedictina no está muy de acuerdo (sic) con lo que expresa la
Regla de San Benito al inicio del capítulo 49, eso de "Licet omni
tempore vita monachi Quadragesimae debet observationem habere" (en
una traducción usual, pero no literal: “Aunque la vida del monje
debiera responder en todo tiempo a una observancia de Cuaresma...”).
Ella, en cambio, cree que la vida del monje ha de responder al gozo
de la Pascua. Así que alegremente se carga cuarenta días litúrgicos
y toda la tradición ascética monacal.
Les ahorro su largo
razonamiento porque es, en definitiva, superficial, epidérmico y
confuso, más propio de un catequista inexperto de confirmación (una
Pascua joven elaborada como se pueda para treceañeros) que de una
persona que ha abrazado la vida monástica. Yo no sé si en el
monasterio de Sant Benet de Montserrat se sigue con las novicias la
larga y morosa deliberación en la lectura repetida de la Regla que
se prescribe a fin de que quien aspira a la vida monacal la acepte o
la rehúse con conocimiento de causa. Pero, por lo leído, allí el yugo Regulae puede vivirse o no a
discreción. Esta pastelera manera de referirse a la Regla, será sin
duda aplaudida por los pasteleros, pues ya se sabe que las
tradicionales Monas de Pascua resultan más rentables que los
sufridos buñuelos cuaresmales.
Y digo yo que las ideas,
cuanto más superficiales, más se contagian. Sin ir más lejos,
ayer, en pleno tiempo ordinario, nuestro hebdomadario decidió cerrar
las Completas con el Regina coeli. ¡Hermano, que no somos monjas
benedictinas, caramba!
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