lunes, 13 de julio de 2015

La maleabilidad de los santos



A veces se diría que, en nuestra consideración, son de plastilina. Hace unas décadas un religioso mínimo predicaba un retiro a un grupo de terciarios y les decía literalmente esto: “siete figli di San Francesco di Paola, che è stato un santo furbacchione, il più furbo dei santi”. Una de las principales tentacioncillas contra la humildad que debería caracterizarnos es esa pasioncilla de sorprender al auditorio con algo original e inesperado. Probablemente no alcance, menos en este contexto, ni siquiera la categoría de pecado venial, pero no deja de ser una cierta imperfección, una mota de orgullo con ese calorcillo interior de “cómo se habrán quedado con lo que he dicho, qué bueno y qué original soy”.
En honor a la verdad, hay que reconocer que, por otra parte, el Padre C., predicador de la referida sandez, ha sido un mínimo virtuoso y apostólicamente fecundo, no es broma. Ahora bien, ¿qué es eso de un santo furbacchione? “Furbacchione” puede tener un carácter despectivo, equivalente a granuja o bribón; no creo que un mínimo se atreviese a calificar de tal a nuestro Santo Padre Fundador. O bien quiso decir, con todo el cariño, que era un pillastre travieso, un listillo astuto. Tanto en un caso como en el otro  resulta una burrada, no sólo por ley de cortesía, sino por amor a la verdad. Ningún testimonio documental relativo a la vida de San Francisco permite sostener tal aserción. Y lo del “più furbo dei santi” es una demasía que  va de suyo, sin necesidad de más examen. Todo esto viene a cuento de la facilidad con la que la hagiografía, la devoción o la predicación (probablemente, no digo yo que no, bienintencionada)  modelan interesadamente a los santos. Qué fácilmente les hacemos decir lo que nunca dijeron, hacer lo que nunca les pasó por la cabeza hacer y ser lo que nunca fueron.

1 comentario:

Los mensajes son moderados por el administrador del blog.
No se admitirán comentarios insultantes o improcedentes.