Hubo un
tiempo en que, después de la ordenación sacerdotal, en la primera misa que
celebraba el nuevo presbítero otro sacerdote glosaba las excelencias del
sacerdocio. Después de eso, había que esperar al 25º aniversario de ordenación
(las bodas de plata) para tener una celebración especial. Los tiempos cambian,
pues leo en “La Voce del Santuario” la noticia (ya atrasada, pero esta
publicación sale cuando sale y llega cuando llega) de que dos sacerdotes
mínimos celebraron el primer (sic) aniversario de ordenación; lo hicieron en la
capilla del Monasterio de Mínimas de Paula, con rezo de vísperas (incluyendo
meditación de una monja sobre el sacerdocio) y eucaristía concelebrada (con
homilía de un mínimo sobre el sacerdocio mínimo).
Es verdad que hay vocaciones
sacerdotales y religiosas que son especialmente trabajadas y que, a veces, el
haber dejado patria, familia, lengua, cultura, etc., puede incluso revestir de
un cierto heroísmo la fidelidad vocacional. Pero si empezamos a enlucir el
primer aniversario con acción de gracias solemnísima y le damos el carácter de
noticia, estamos apuntando a que la perseverancia de un año en la condición
sacerdotal mínima se ha convertido en una cosa extraordinaria. Pues no, por ahí
no. ¡Al loro, que no estamos tan mal, hombre!
Ni tan mal ni tan bien. La vida religiosa está en general desastrosa, por eso ya se celebra cualquier cosa. Mucha culpa la tienen en la Congregación vaticana.
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