El Corrector General de
los Mínimos, Reverendísimo Padre Francesco Marinelli, ha dirigido
una carta a toda la Orden con ocasión del VI Centenario del
nacimiento del Fundador. Lleva por título "Derribar los muros y
trazar perímetros más amplios. Anunciadores gozosos de la
misericordia y del amor". La versión castellana puede descargarse
aquí.
Siempre es de agradecer
que el Corrector General se ponga en contacto con sus hermanos. La
comunicación es siempre importante y, con los medios actuales que
tanto la facilitan, podría ser todavía más fluida, especialmente
teniendo en cuenta la humilde dimensión, cuantitativamente hablando,
que nos caracteriza.
La carta es amplia y, sin
duda, elaborar un texto de esta amplitud ha requerido muchas horas de
trabajo y de estudio. Eso hay que reconocerlo. Aunque no utiliza un
lenguaje difícil, debo admitir mi dificultad personal para captar
la estructura y el núcleo del mensaje. Me vería incapaz de
resumir la carta en una pizarra si me asignaran esa tarea.
Atribúyase a mis pocas luces.
Sin embargo, alguna cosa
me atrevo a decir sobre su contenido. Aunque el acento explícito de
la conclusión sea el de la conversión, el conjunto de la carta
parece incidir especial y repetidamente en la misión, en el envío,
en el “salir hacia”. Hay una expresa e insistente voluntad de
sintonía con el proyecto del actual pontificado; basta dar una
mirada a las citas literales de textos pontificios: 1 de Pablo VI, 7
de Juan Pablo II (casi todas de Vita consecrata), 18 de Francisco. El
Corrector General quiere empujarnos, “poner en marcha procesos”
que nos conduzcan por nuevos itinerarios...
Algún pasaje de la carta
resulta sorprendente y hasta problemático: el desierto como areópago
de formación a la legalidad (!); en el mismo contexto, se incide en
una presentación de San Francisco bajo un estereotipo que, no por
insistentemente repetido, haya que considerarlo incuestionable (“voz
de los últimos”, “voz de los sin voz”, etc.). No faltan
apartados verdaderamente inspiradores y certeros, como los que atañen
a la dimensión servicial de la penitencia (¡lástima que no lo haya
desarrollado más en relación con textos de nuestro patrimonio
espiritual!).
La carta se mueve en una
cierta tensión entre la necesidad de la “salida” y la
esencialidad de la vida mínima. Denuncia tanto el inmovilismo
arqueológico como el activismo absorbente, la necesidad de la
implicación solidaria y, a su vez, el peligro de la confusa
asimilación. Las indicaciones concretas, sin embargo, son pocas e
imprecisas: reflexionar sobre la Regla y la calidad fraternal de la
vida comunitaria, preguntarse sobre la vivencia de la esencialidad
del cuarto voto, la revisión de las Constituciones...
No obstante, en este
último tema, por ejemplo, hay algo que conviene manifestar, porque,
además, en mi opinión, atañe al conjunto del mensaje. Está bien
que se trate de dar empuje a frailes, monjas y terciarios,
especialmente cuando se detecta, con pocas excepciones, que las hay,
un generalizado descenso del entusiasmo. Pero cuando se empuja,
hay que empujar, aunque sea respetuosa e inseguramente, hacia alguna
parte. Una cosa es no tener respuestas definitivas y otra muy
distinta que no se apunten propuestas definidas. En fin, en todo caso hay que convenir en que profesar y vivir la misericordia, aunque no sepamos comunitaria y exactamente cómo, es un hermoso objetivo.