domingo, 17 de enero de 2021

Una llena de gracia poco agraciada

No conozco los cánones de belleza que imperaban en el siglo XVII. Probablemente tampoco comulgo demasiado con los del siglo XXI, con sus tatuajes, piercings y similares. Así que me quedo en el siglo XX. A finales del mismo, cuando los mínimos fundaron en Sevilla el convento de San Francisco de Paula, no fui el único que no entendió (ni entiende) cómo en la capilla del convento se colocó una particular estatua de Nuestra Señora de la Victoria, ésta:

No, no tengo ahora mismo una imagen mejor. Y creo que ahorrándoles el detalle les hago un favor. Esta virgen no creo que haya suscitado ni suscite en Sevilla demasiada devoción. Más si uno piensa en las bellísimas imágenes a las que los hispalenses están acostumbrados. Cuando un miembro de la Hermandad de la Estrella o de la de Montserrat, dice: “qué bonita es mi virgen” expresa una emoción, pero también, hay que reconocerlo, una verdad objetiva. En mi época sevillana jamás oí a nadie expresar su admiración por la belleza de la conventual Virgen de la Victoria mínima. Cuando alguien cercano quería, de alguna manera, honrar aquella imagen lo que hacía era desidentificarla: “Esa qué va a ser la Virgen, si acaso será Santa Ana...”. No se la podía tomar como la madre del Señor, sino todo lo más como la abuela.

La historia nos dice, sin embargo, que aquella imagen no es el resultado de la imaginación de un artista obnubilado. Vean el grabado con que se adornaba en 1602 el libro Instrucción del pecador de fray Pedro Amoraga:



No es la misma, pero son parientes desde luego, más considerando al niño Jesús que sostienen. Puestos a conservar tradiciones, tal vez hubiera sido mejor optar por una estatua más parecida a la Virgen de la Victoria que durante siglos se veneró en el convento mínimo de Triana, hoy en la Parroquia de Santa Ana:

Virgen de la Victoria (Magallanes-Elcano)