Recuerdo cómo, siendo
novicio, un día mi Maestro me sumió en la estupefacción cuando
contó que un conocido eclesiástico le dijo una vez: “Vosotros
salvaréis el voto de vida cuaresmal mientras tengáis buenos
cocineros”. ¿Realmente la vida cuaresmal sólo funciona con
manjares bien cocinados y aderezados? No negaré que algunas veces en
los refectorios mínimos haya algún fraile que se queje de la
comida, de la comida que hay y/o de lo mal que se haya cocinado. O
puede ocurrir también que se tienda a consumir más emperador que
sardina. Para ser una Orden de frailes penitentes, algunos de los
nuestros tienen un sentido del gusto muy refinado. También es verdad
que se puede seguir un régimen austero y comer decentemente. En el
Noviciado (al menos en el mío) se comía no ya razonablemente bien,
sino óptimamente (había buena cocinera y ya se sabe, por otra
parte, que a los novicios, como a los ejercitantes en los Ejercicios
Espirituales, hay que alimentarles bien el cuerpo y el espíritu).
También puedo asegurar que al menos en las comunidades que yo
conozco no suele banquetearse.
Censurar la incomprendida
abstinencia, ridiculizarla, no es difícil. En uno de sus artículos
en Catalunya Cristiana, el que fue obispo auxiliar de Barcelona
Monseñor Joan Carrera (q.e.p.d.) se refería a la vulnerabilidad
de la abstinencia, a lo fácil que resulta hacer chistes o parodias
en torno a ella. Santiago Rusiñol, en una de sus glosas, publicadas
bajo el seudónimo Xarau, satirizaba sin clemencia el proceder del
cumplimiento cuaresmal por parte de algunas clases acomodadas.
Rusiñol exagera (si no, no sería satírico), pero no mucho.
Transcribo a continuación la glosa (la traducción del catalán es
torpe y mía, espero que el lector sea benigno). Dios quiera que
nunca tengan que imputársenos con justicia estos extravíos a los
mínimos.
Salva el alma, pero no
atropelles
Por circunstancias que no
vienen al caso en este glosario, el glosador fue el otro día de
visita a una casa de señores.
La casa era un casal de
nobles, una de aquellas de amplias salas, con oscuros retratos de la
familia, con grandes sillas de baqueta, arquimesas y muebles de
taracea, una de aquellas que tienen criados para servir a los criados
ancianos, una de aquellas que tienen el Árbol genealógico en el
lugar de honor de la sala y el escudo en las servilletas, en las
sábanas y hasta en las calcetas.
Recibieron muy bien al
glosador, le invitaron a comer y el glosador aceptó.
-Eso sí –dijo la
señora- hoy es viernes de cuaresma y tendrá que hacer abstinencia.
-¡Malo! –pensó
el glosador.
-Sólo es un día a la
semana –dijo la señora tranquilamente- y nos gusta cumplir los
preceptos. Un día de sacrificio se tolera bien.
-Lo toleraremos –estuvo
a punto de decir inocentemente el glosador.
Y se sentaron a la mesa,
el señor, la señora, el abuelo, tres hijos, dos hijas y unos
cuantos invitados de los indecisos, de aquellos que no se sabe si son
señores o administradores, ricos o pobres.
Trajeron una docena de
ostras para cada uno de los comensales y todos las terminamos, menos
el señor de la casa.
Después una bullabesa,
con todo un acuario de peces, que también consumimos, excepto el
amo, que no comía.
Después merluza en
salsa.
Después congrio.
Después pastelillos
de pescado.
Y después descansamos.
-Un día así no se
pueden hacer excesos –iba diciendo la señora.
-Nos lo mandan y tenemos
que cumplir –respondió uno de los comensales.
-Resulta incluso
higiénico –dijo otro.
-Y aunque no lo fuera
–resumió la señora- nos lo tenemos que imponer de buen grado. No
todo han de ser placeres en esta vida. Por nuestra religión tenemos
que sacrificarnos un poco.
Y continuamos
sacrificándonos:
Con otro plato de
langosta.
Con natillas.
Con helados.
Con vino blanco.
Con vino verde.
Con vino azul.
Con vino de color de
rosa.
Todos bebimos como
castigo, para cumplir, para no mezclar, para quedar bien con los
preceptos, sin que el cuerpo se resintiera de ello.
Francamente, el glosador
estaba admirado viendo aquella abstinencia en aquella casa tan
devota, y pensaba cuanta gente hay que se cree católica y que,
siguiendo al pie de la letra los capítulos de una ley, cree que la
ha cumplido. Abogados y procuradores de la propia conciencia, que
pleitean ricamente por el otro mundo, y quieren comparecer con
documentos claros ante el supremo tribunal, devotos de conveniencia,
que de todos los deberes cristianos cumplen sólo los más
llevaderos, que, si no hacen bien, tampoco hacen mal.
-Aquí sólo hay un
verdadero devoto –le dijo el glosador al abuelo, con el que tenía
confianza-. Es el amo de la casa. Este sí ayuna.
-Sí, el amo ayuna –dijo
el abuelo con aquella sonrisa que tienen los viejos que están ya al
cabo de la calle-. Ahora se ha puesto de régimen. Por tanto cumplir,
padece del estómago.
Y llevándome a un
rincón, me dijo:
-Es tan escrupuloso con
los preceptos que, si hubiera sirenas en el mar, tendría una para la
cuaresma. Pecaría, pero cumpliría.