Si Joan Brady fuera italiana,
probablemente su novela se hubiera titulado como titulo yo este post.
Porque si la Harley es un buen símbolo de la libertad americana (all
for freedom, freedom for all), el Ferrari forma indudablemente parte
del orgullo italiano. En uno y otro caso, son libertades y orgullos
al alcance de no todos los bolsillos. Y todo esto, ¿qué tiene que
ver con los mínimos? Pues mire usted, más bien poco, simplemente
era para introducir esto:
Ahora vendrán los fastidiadores de
turno, los dedicados a arruinar las fiestas, a decirnos que “vaya
opción por los pobres” o que los hijos de San Francisco de Paula
sólo tendrían que bendecir fiats panda. Estos no se acuerdan del
Ferrari Enzo regalado a Juan Pablo II y vendido con buen criterio
moral por Benedicto XVI en el 2006; en el 2015, con el Grande ya
canonizado, el automóvil sextuplicó su valor en una subasta. O, sin
ir más lejos, al mismísimo Papa Francisco la marca Lamborghini, que
tampoco es moco de pavo, le regaló uno de sus “Huracán”.
¿Vuelve Dios en un Ferrari? En
principio, ni de coña, aunque Dios es muy libre de volver y montar
en el vehículo que le plazca. Pero la bendición tiene su miga. Al
menos, yo se la encuentro en las palabras introductivas del Padre
Antonio antes de proceder ritualmente. Me parece escuchar: "(Dio) è la nostra vera Ferrari..." Y, a partir de aquí, que trabajen los mecánicos de la hermenéutica.
(Por cierto, el acetre también se las trae, ¿no parece una bacía de barbero?)
(Por cierto, el acetre también se las trae, ¿no parece una bacía de barbero?)