miércoles, 11 de octubre de 2023

Bienes sublimes baratos (la Tercera Orden Mínima)


 

Si las vocaciones de religiosos mínimos europeos no andan demasiado bien (aquí en España ni cuantitativa ni cualitativamente, ya ni siquiera podemos acudir al socorrido “pocos pero buenos”), no parece que las de tercerones mínimos vayan mucho mejor. En Italia todavía se defienden (incluso han profesado como terceros algunos brillantes sacerdotes), pero en España, exceptuados los intrépidos y dinámicos terciarios de Alaquás, apenas quedan. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? No necesariamente. La Crónica de Montoya (1618) contiene el primer comentario conocido a la Regla de los Mínimos y, al final del mismo, dice en plan complementario algunas cositas sobre la Regla de las claustrales y sobre los Terciarios. Sobre estos entona el mínimo madrileño su mea culpa con palabras que transcribo literalmente:

"Confieso el poco cuydado nuestro en no introduzir en todas las  Repúblicas una cosa tan santa, y que con tanta facilidad  assegura mucho el camino del cielo; no sé qué riqueza mayor se puede grangear en esta vida entre las espirituales, que hallarse los casados, célibes y continentes en sus mismos estados, aquellos tesoros escondidos, que a fuerça de tantos trabajos procuramos los Religiosos sacar a la luz del campo de la santa Iglesia, después de aver negado nuestra libertad, que es la verdadera hazienda del hombre, y qué gusto más celestial puede ser a los seglares que gozar a tan poca costa de la suavidad de Dios que nosotros adquirimos a cambio de dexarlo todo por su amor, con esta santa Regla Tercera de San Francisco de Paula se ganan todos los privilegios concedidos a nuestra Orden y a todas las Mendicantes por gracia y concesión de la Santa Sede Apostólica."

Y pondera además la discreción y la poca apariencia con que los terciarios pueden vivir su condición:

"Bien consideró esto el glorioso Patriarca San Francisco de Paula, quando en toda su regla de los Terceros seglares no mandó cosa alguna que tope con la vanidad, pues se puede guardar con tanta prudencia, que apenas sepa el marido si la mujer la observa, considerando que si ello se hace por servir más a Dios, basta que sus divinos ojos lo vean, para que más seguro y cierto les aperciba el premio de su bienaventurança..."

Y finalmente lo remata, como justificando las páginas empleadas en privilegios, bulas, etcétera, con estas expresivas frases:

"Esto me ha parecido advertir a cerca de los Terceros de nuestra Religión, para dar aliento a una cosa, que quiçá por remisión nuestra está menos autorizada y sabida de muchos, que pierden bienes tan sublimes costando tan baratos."