lunes, 17 de enero de 2022

Los Mínimos y el "Pusillus grex"

 


"Nolite timere, pusillus grex, quia complacuit Patri vestro dare vobis regnum" (Lc 12, 32). No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino (Lc 12, 32). Con la consoladora expresión “pequeño rebaño” (pusillus grex) se ha aludido en la historia de la Salvación a la reducida porción de los creyentes que en todos los tiempos se mantiene fiel a la Palabra de Dios a pesar de las pruebas y persecuciones a que son sometidos.

El año pasado la editorial Encuentro publicó la versión castellana de un pequeño ensayo que con el sugerente y a la vez apocalíptico título de "¿El último Papa de Occidente?" ha escrito el periodista italiano Giulio Meotti (Arezzo, 1980) glosando la figura del papa emérito Benedicto XVI en su particular cruzada contra la descristianización de Europa “en medio de una civilización en desintegración y que una vez fue la joya del mundo”, como afirma el prologuista, John Waters, diagnosticando “los condicionantes externos y las patologías que aceleraron este proceso”. En uno de los capítulos del libro el autor va desgranando datos acerca de la aceleración del proceso de abandono de la Iglesia por parte de los europeos; en relación con la capital de la nueva Europa por antonomasia, la ciudad belga de Bruselas, nos dice que allí la mitad de los niños de las escuelas públicas son musulmanes y que solamente el 1 % de sus habitantes se reconoce como católico practicante: “en Bruselas los musulmanes tienen 77 mezquitas llenas de gente rezando; los católicos tienen 110 iglesias casi vacías, 35 de las cuales están destinadas a ser cerradas”. Supongo que para no abrumar al lector con tantos datos, Meotti los va entremezclando con anécdotas, propias o ajenas, que sirven para ilustrar mejor su discurso; así sucede con la que va a ser objeto de esta entrada, de la cual, por cierto, no podemos saber quien fue a ciencia cierta su protagonista porque la referencia bibliográfica de la que se toma la cita está equivocada en las notas al texto; dice así (p. 46):1

«En el corazón del casco antiguo de Bruselas, en el barrio de Les Marolles –una zona con población mezcla de inmigrantes pobres y hípsteres fumadores de Gauloises [cigarrillos]- hay una iglesia decadente, la Iglesia de los Mínimos, construida a principios del siglo XVIII donde antes había un burdel. Una tarde, a finales de diciembre, llegué a tiempo para la misa de las 12:15, pero la iglesia estaba completamente vacía. Después de un rato, apareció un hombre y me señaló una puerta. En una capilla no más grande que un comedor, encontré la asamblea, compuesta por una mujer de 60 años, un hombre de 50 años y el sacerdote, de pie ante una pequeña mesa cubierta con un paño blanco en la que había una Biblia, un misal, dos velas y un crucifijo».

Si hemos de creer al desconocido cronista de que se hace eco Meotti, y no hay razones para no hacerlo, vemos aquí un claro ejemplo de pusillus grex, bien que reducido a su mínima expresión, que todavía resiste en la antaño católica capital bruselense. Pero lo curioso del caso, al menos para nosotros, es el lugar donde este resto del pueblo creyente se reúne para seguir dando culto a Dios: la Iglesia de los Mínimos.

Efectivamente, según se cuenta en un librito sobre la historia del órgano de aquella iglesia, que adquirimos en nuestra visita a la misma hace ya algunos años, los frailes mínimos llegaron a Bruselas en 1616, residiendo primero, esto según Roberti, en una ermita erigida en 1660 siguiendo en un todo las trazas de la Santa Casa de Loreto; una nueva iglesia más capaz, la que hoy puede contemplarse, comenzó a edificarse en 1700, cuya primera piedra puso el duque de Baviera y gobernador de Bélgica, Máximo Emmanuel, no concluyéndose las obras hasta 1715, por lo que se trata de un edificio de transición entre el barroco y el neoclasicismo. Los mínimos estuvieron residiendo en su convento de Bruselas hasta el año 1796, en que los vientos revolucionarios los expulsaron de su morada, provocando la dispersión de los religiosos, la destrucción del edificio conventual y el cierre del templo. En 1806 la iglesia fue reabierta al culto por la autoridad diocesana, el arzobispo de Malinas, como auxiliar de la parroquia de Notre-Dame de la Chapelle y puesta bajo la advocación de los Santos Juan y Esteban. En 1811, durante la ocupación francesa, la iglesia fue requisada por el gobierno intruso para dedicarla a almacén de tabaco: pasó “del incienso a la nicotina”, como dice el autor del librito, sin solución de continuidad, en cuyo uso se mantuvo hasta el año 1814, en que fue reabierta al culto. Pero lo que todavía nos resulta más sorprendente de esta historia es que, habiendo transcurrido más de doscientos años de la marcha de los hijos de san Francisco de Paula y después de las vicisitudes por las que ha pasado, aquella iglesia siga siendo conocida hoy en día entre la gente como la de los Mínimos, manteniendo así su pequeña parte en el resto del pueblo cristiano que aún peregrina en la ciudad de Bruselas. O tempora, o mores…

1 Hemos introducido algunos cambios en la traducción original del texto para facilitar su comprensión.

(Post cortesía de Jorge A. Jordán)