jueves, 31 de marzo de 2022

Predicaciones

 Que si más allá de diez minutos no mueven los corazones, sino los traseros. Que no por mucho hablar tiene mayor enjundia. Que no puede ser que vayas a misa contando treinta y cinco minutos y te toque el sacerdote charlatán que te endilga una homilía larga y al Ite missa est son ya más de tres cuartos de hora. Que para contar chascarrillos creyéndose gracioso no hace falta alargar tanto la prédica. Que este no acaba nunca, no le entiende nadie (en plan sabihondo) y es toda una penitencia aguantarle el sermón. 

A veces pasa, sobre todo en las fiestas, que si se trae predicador de fuera pues eso, que el hombre quiere ganarse merecidamente el jornal. Recuerdo una fiesta de San Francisco de Paula en que el predicador nos entretuvo con su edificante homilía cuarenta y cinco minutos. En aquella ocasión un concelebrante dijo: "No puedo aguantar más" y en el ofertorio corrió hacia el servicio; ciertamente volvió el hombre con cara de alivio. Corre la leyenda entre los mínimos que en una ocasión en Italia (y en Italia ya se sabe que la parquedad de palabras no es tenida precisamente como virtud) fue el Obispo el que no pudo aguantar más, de modo que al ofertorio el maestro de ceremonias (los hay con oficio) puso en fila a los ministrantes y organizó una procesión de ida y vuelta a la sacristía, novedad que gustó no poco, según dicen, a la concurrencia.

A los quejicas quisiera yo verles en la reapertura de la iglesia de los mínimos de Valladolid en 1826, donde el Padre Miguel de Matas prodigó su verbo oratorio y sabiduría teológica. Dicen que les falló el Obispo. Para mí que su Excelencia tenía excelentísimos informes previos y mira tú por donde que seguramente a última hora se sentiría indispuesto.


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