miércoles, 28 de marzo de 2018

Mínimos y Academias

Aunque la Regla de los mínimos en su capítulo noveno prescribe, por razones de humildad, que ningún fraile reciba el grado de Maestro u otro grado, los Mínimos no han sido una Orden contraria al saber, ni, según alguna de sus siempre sospechosas cartas, parece que lo fuera San Francisco de Paula. Además, la mencionada prohibición de la Regla fue derogada por la Santa Sede en 1736, a instancia de los mínimos españoles, con el fin de que pudieran acceder a cátedras en las Universidades y siempre que los Doctorados o Maestrías obtenidos no les reportaran prerrogativa alguna dentro de la Orden.

Un ejemplo de que el saber y la minimez no son antitéticas se halla en el conocido Padre Mersenne, quien a través de las reuniones en su amplia celda conventual de la Place Royale de París y su correspondencia internacional se halla en el origen de lo que hoy llamamos la comunidad científica, es decir la circulación y el intercambio de ideas, investigaciones y resultados científicos. Y Mersenne no fue el único mínimo que se interesó por el progreso científico y cultural. Muchos otros, desde su humildad mínima, dieron especialmente en el siglo XVIII muestras de su saber y de su interés cultural. En España Pedro de Torres y Alejandro del Barco fundaron Sociedades Económicas de Amigos del País en Almuñécar y Jaén respectivamente. Muchos mínimos fueron miembros de academias locales (Ferry, Sauvade, Nuiratte, Fourcault, D'Auvergne, Sigalloux, Moreni, Pujadas, etc.), sin olvidar a los dos grandes Leseur y Jacquier, que eran académicos de París, Londres, Berlín, etc.

Algunos conventos, como Place Royale en Paris o Trinité-des-Monts en Roma, eran verdaderos centros de vida intelectual. También hoy cabe rescatar del olvido que en el humilde convento de la Victoria de Madrid, que a principios del siglo XIX ya no era la iglesia de moda que pudo ser en tiempos anteriores, tuvo sus sesiones la hoy no menos olvidadísima Real Academia de Sagrados Cánones, Liturgia, Disciplina e Historia Eclesiástica (después será Academia de Ciencias Eclesiásticas), que había tenido su sede inicial en la Real Casa de San Felipe Neri y había recalado en el convento mínimo después de unos años en San Isidro y en el convento de trinitarios calzados.

lunes, 19 de marzo de 2018

La invención de la competitividad


Enmendarle la plana a un Arzobispo Metropolitano y enmendársela en una materia en la cual es, hoy por hoy, el máximo especialista mundial supone sin duda cierto atrevimiento. Hay atrevimientos que provienen de la ignorancia y los que hay que provienen de la afectuosa confianza. En mi caso la osadía tiene su fundamento en ambos motivos, amén de que el asunto es un tema menor, que incluso habrá pasado desapercibido para la mayoría de los lectores del último libro de Monseñor Morosini (La caritas sacrificalis. Il rapporto tra penitenza e carità in San Francesco di Paola).
Entre las interpretaciones novedosas que efectúa en su libro, se halla la de la interpretación del participio de presente “contendentes” contenido en el primer capítulo de la Regla de los mínimos: “Huius Ordinis Minimorum universi fratres...ad sacra consilia scandere contendentes...” Tanto en la página 162 como en la 171 de su libro Monseñor Morosini entiende que el “contendere” ha de ser interpretado en sentido competitivo, es decir que los mínimos, en el elevarse (o escalar) a los sagrados consejos lo hacen compitiendo entre ellos, en una especie de certamen, no se sabe de si a ver quien llega antes o llega más arriba. No conozco que haya precedentes en esta interpretación. Usualmente, desde los primeros tiempos, el “contendentes” se ha traducido como un “que se esfuerzan para”, con mayor razón cuando va unido a un infinitivo (“scandere”). Una traducción castellana actual, la publicada por la Delegación de España en 1993 traduce como “se esfuerzan por ascender a la práctica de los consejos evangélicos”. Montoya, a inicios del siglo XVII, traducía: “a los consejos evangélicos procurando subir”. La versión italiana oficial, publicada junto con las Constituciones en 1986 es : “cercano d'innalzarsi alla pratica dei consigli evangelici...” (con un artificioso “mediante” previo que, ciertamente, no se halla en el original latino). El propio Morosini, cuando tradujo la Regla en 2006, da esta versión: “che lottano per elevarsi ai sacri consigli”. Ahí no parece que esa lucha sea “tra loro”, sino la lucha interior, el propio combate espiritual; en este sentido y no en otro se mueve la interpretación que en su día hizo, por poner un ejemplo más a mi favor, Sor Angeles Martín. No podemos dejar de preguntarnos, cuando la interpretación se aleja de lo usual, si la invención es realmente un hallazgo o una equivocación. Tal vez Monseñor tenga razón y, para entrar por la puerta estrecha de la salvación, realmente lo que quiere decirnos Jesús es que entremos dando codazos para abrirnos paso (Lc 13,24: Contendite intrare per angustam portam).
Yo creo que la (sana, sin duda) rivalidad que Morosini propone deriva más de su contemplatio de la Regla que del rigor de la lectio. Hay algo claro: la improcedencia de la autoridad que invoca respecto al sentido del “contendere”, que es la de la profesora Rizzini. Pues uno, por más que relee lo que la profesora escribe al respecto, tanto en el apéndice a la edición de la Regla del 2006 (a que se refiere Monseñor), como casi literalmente idéntica su intervención en el Congreso de estudios sobre la Regla celebrado en Roma aquel mismo año (actas editadas en 2011), la noción de competitividad se halla completamente ausente. Lo único que Ilaria Rizzini propone no como una idea taxativa sino como una sugerencia introducida por un condicional es una noción que, lejos de la competitividad o del mutuo desafío, se sitúa más en el ámbito de la colaboración, del esfuerzo conjunto, de la ayuda mutua.


viernes, 2 de marzo de 2018

Del Misal y la abstinencia


Por razones que no vienen al caso, hasta ahora no había celebrado mucho con la versión española de la edición tercera del Misal Romano. Por ello, algunos de los cambios sobrevenidos no los había detectado. Pero quiero detenerme en uno que me ha llamado poderosamente la atención. Se trata del Prefacio III de Cuaresma. La edición anterior del Misal castellano lo titulaba “Los frutos de las privaciones voluntarias”, y se decía esto:
“...Porque con nuestras privaciones voluntarias / nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones, / a dominar nuestro afán de suficiencia / y a repartir nuestros bienes con los necesitados, / imitando así tu generosidad...”

El texto latino, invariado, titulaba y titula este prefacio como “De fructibus abstinentiae”, y decía y dice esto:
“...Qui nos per abstinentiam tibi gratias referre voluísti, / ut ipsa et nos peccátores ab insolentia mitigaret / et, egentium proficiens alimento, / imitatores tuae benignitatis effíceret...”

Pues bien, la nueva edición del Misal castellano hoy es acentuadamente literal. Titula “Los frutos de la abstinencia”, y reza así:
“...Tú has querido que te diésemos gracias / mediante la abstinencia / para que, nosotros, pecadores, / dominásemos con ella nuestro orgullo / e imitásemos tu generosidad / dando de comer a los necesitados...”

Por supuesto, el subrayado es mío. Resumiendo, que ni quienes en Roma prepararon la edición tercera del Misal, ni quienes en la Conferencia Episcopal Española lo tradujeron pensaron que la colectiva abstinencia era cosa superada, de otros tiempos, reconducible a quién sabe qué ignotas, indeterminadas e inseguras privaciones o penitencias personales.
En mi humilde opinión, esto lo detecta nuestro mínimo Arzobispo de Reggio-Bova y nos escribe un libro (o al menos un capítulo) sobre la riqueza espiritual de la abstinencia como acción de gracias. Y si no lo ha detectado aún, probablemente se deba a que la versión italiana sigue siendo un Tárgum del original latino:
“(I frutti della penitenza)”
“...Tu vuoi che ti glorifichiamo / con le opere delle penitenze quaresimale, / perché la vittoria sul nostro egoismo / ci renda disponibili alle necessità dei poveri / a imitazione di Cristo, tuo Figlio, nostro salvatore...”
(Nótese que dar gracias se ha convertido en glorificar, el alimentar en hacerse disponibles y lo que se imita no es ya la benignitas del Padre sino a Cristo, toma del frasco, Carrasco).