martes, 16 de febrero de 2016

Sexto centenario de San Francisco de Paula: carta del Corrector General



El Corrector General de los Mínimos, Reverendísimo Padre Francesco Marinelli, ha dirigido una carta a toda la Orden con ocasión del VI Centenario del nacimiento del Fundador. Lleva por título "Derribar los muros y trazar perímetros más amplios. Anunciadores gozosos de la misericordia y del amor". La versión castellana puede descargarse aquí.
Siempre es de agradecer que el Corrector General se ponga en contacto con sus hermanos. La comunicación es siempre importante y, con los medios actuales que tanto la facilitan, podría ser todavía más fluida, especialmente teniendo en cuenta la humilde dimensión, cuantitativamente hablando, que nos caracteriza.
La carta es amplia y, sin duda, elaborar un texto de esta amplitud ha requerido muchas horas de trabajo y de estudio. Eso hay que reconocerlo. Aunque no utiliza un lenguaje difícil, debo admitir mi dificultad personal para captar la estructura y el núcleo del mensaje. Me vería incapaz de resumir la carta en una pizarra si me asignaran esa tarea. Atribúyase a mis pocas luces.
Sin embargo, alguna cosa me atrevo a decir sobre su contenido. Aunque el acento explícito de la conclusión sea el de la conversión, el conjunto de la carta parece incidir especial y repetidamente en la misión, en el envío, en el “salir hacia”. Hay una expresa e insistente voluntad de sintonía con el proyecto del actual pontificado; basta dar una mirada a las citas literales de textos pontificios: 1 de Pablo VI, 7 de Juan Pablo II (casi todas de Vita consecrata), 18 de Francisco. El Corrector General quiere empujarnos, “poner en marcha procesos” que nos conduzcan por nuevos itinerarios...
Algún pasaje de la carta resulta sorprendente y hasta problemático: el desierto como areópago de formación a la legalidad (!); en el mismo contexto, se incide en una presentación de San Francisco bajo un estereotipo que, no por insistentemente repetido, haya que considerarlo incuestionable (“voz de los últimos”, “voz de los sin voz”, etc.). No faltan apartados verdaderamente inspiradores y certeros, como los que atañen a la dimensión servicial de la penitencia (¡lástima que no lo haya desarrollado más en relación con textos de nuestro patrimonio espiritual!).
La carta se mueve en una cierta tensión entre la necesidad de la “salida” y la esencialidad de la vida mínima. Denuncia tanto el inmovilismo arqueológico como el activismo absorbente, la necesidad de la implicación solidaria y, a su vez, el peligro de la confusa asimilación. Las indicaciones concretas, sin embargo, son pocas e imprecisas: reflexionar sobre la Regla y la calidad fraternal de la vida comunitaria, preguntarse sobre la vivencia de la esencialidad del cuarto voto, la revisión de las Constituciones...
No obstante, en este último tema, por ejemplo, hay algo que conviene manifestar, porque, además, en mi opinión, atañe al conjunto del mensaje. Está bien que se trate de dar empuje a frailes, monjas y terciarios, especialmente cuando se detecta, con pocas excepciones, que las hay, un generalizado descenso del entusiasmo. Pero cuando se empuja, hay que empujar, aunque sea respetuosa e inseguramente, hacia alguna parte. Una cosa es no tener respuestas definitivas y otra muy distinta que no se apunten propuestas definidas. En fin, en todo caso hay que convenir en que profesar y vivir la misericordia, aunque no sepamos comunitaria y  exactamente cómo, es un hermoso objetivo.