sábado, 21 de marzo de 2015

La vulnerable abstinencia



Recuerdo cómo, siendo novicio, un día mi Maestro me sumió en la estupefacción cuando contó que un conocido eclesiástico le dijo una vez: “Vosotros salvaréis el voto de vida cuaresmal mientras tengáis buenos cocineros”. ¿Realmente la vida cuaresmal sólo funciona con manjares bien cocinados y aderezados? No negaré que algunas veces en los refectorios mínimos haya algún fraile que se queje de la comida, de la comida que hay y/o de lo mal que se haya cocinado. O puede ocurrir también que se tienda a consumir más emperador que sardina. Para ser una Orden de frailes penitentes, algunos de los nuestros tienen un sentido del gusto muy refinado. También es verdad que se puede seguir un régimen austero y comer decentemente. En el Noviciado (al menos en el mío) se comía no ya razonablemente bien, sino óptimamente (había buena cocinera y ya se sabe, por otra parte, que a los novicios, como a los ejercitantes en los Ejercicios Espirituales, hay que alimentarles bien el cuerpo y el espíritu). También puedo asegurar que al menos en las comunidades que yo conozco no suele banquetearse.
Censurar la incomprendida abstinencia, ridiculizarla, no es difícil. En uno de sus artículos en Catalunya Cristiana, el que fue obispo auxiliar de Barcelona Monseñor Joan Carrera (q.e.p.d.) se refería a la vulnerabilidad de la abstinencia, a lo fácil que resulta hacer chistes o parodias en torno a ella. Santiago Rusiñol, en una de sus glosas, publicadas bajo el seudónimo Xarau, satirizaba sin clemencia el proceder del cumplimiento cuaresmal por parte de algunas clases acomodadas. Rusiñol exagera (si no, no sería satírico), pero no mucho. Transcribo a continuación la glosa (la traducción del catalán es torpe y mía, espero que el lector sea benigno). Dios quiera que nunca tengan que imputársenos con justicia estos extravíos a los mínimos.

Salva el alma, pero no atropelles

Por circunstancias que no vienen al caso en este glosario, el glosador fue el otro día de visita a una casa de señores.
La casa era un casal de nobles, una de aquellas de amplias salas, con oscuros retratos de la familia, con grandes sillas de baqueta, arquimesas y muebles de taracea, una de aquellas que tienen criados para servir a los criados ancianos, una de aquellas que tienen el Árbol genealógico en el lugar de honor de la sala y el escudo en las servilletas, en las sábanas y hasta en las calcetas.
Recibieron muy bien al glosador, le invitaron a comer y el glosador aceptó.
-Eso sí –dijo la señora- hoy es viernes de cuaresma y tendrá que hacer abstinencia.
-¡Malo! –pensó el glosador.
-Sólo es un día a la semana –dijo la señora tranquilamente- y nos gusta cumplir los preceptos. Un día de sacrificio se tolera bien.
-Lo toleraremos –estuvo a punto de decir inocentemente el glosador.
Y se sentaron a la mesa, el señor, la señora, el abuelo, tres hijos, dos hijas y unos cuantos invitados de los indecisos, de aquellos que no se sabe si son señores o administradores, ricos o pobres.
Trajeron una docena de ostras para cada uno de los comensales y todos las terminamos, menos el señor de la casa.
Después una bullabesa, con todo un acuario de peces, que también consumimos, excepto el amo, que no comía.
Después merluza en salsa.
Después congrio.
Después pastelillos de pescado.
Y después descansamos.
-Un día así no se pueden hacer excesos –iba diciendo la señora.
-Nos lo mandan y tenemos que cumplir –respondió uno de los comensales.
-Resulta incluso higiénico –dijo otro.
-Y aunque no lo fuera –resumió la señora- nos lo tenemos que imponer de buen grado. No todo han de ser placeres en esta vida. Por nuestra religión tenemos que sacrificarnos un poco.
Y continuamos sacrificándonos:
Con otro plato de langosta.
Con natillas.
Con helados.
Con vino blanco.
Con vino verde.
Con vino azul.
Con vino de color de rosa.
Todos bebimos como castigo, para cumplir, para no mezclar, para quedar bien con los preceptos, sin que el cuerpo se resintiera de ello.
Francamente, el glosador estaba admirado viendo aquella abstinencia en aquella casa tan devota, y pensaba cuanta gente hay que se cree católica y que, siguiendo al pie de la letra los capítulos de una ley, cree que la ha cumplido. Abogados y procuradores de la propia conciencia, que pleitean ricamente por el otro mundo, y quieren comparecer con documentos claros ante el supremo tribunal, devotos de conveniencia, que de todos los deberes cristianos cumplen sólo los más llevaderos, que, si no hacen bien, tampoco hacen mal.
-Aquí sólo hay un verdadero devoto –le dijo el glosador al abuelo, con el que tenía confianza-. Es el amo de la casa. Este sí ayuna.
-Sí, el amo ayuna –dijo el abuelo con aquella sonrisa que tienen los viejos que están ya al cabo de la calle-. Ahora se ha puesto de régimen. Por tanto cumplir, padece del estómago.
Y llevándome a un rincón, me dijo:

-Es tan escrupuloso con los preceptos que, si hubiera sirenas en el mar, tendría una para la cuaresma. Pecaría, pero cumpliría.

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