lunes, 21 de marzo de 2016

Mínimos resistentes



Cuando uno maneja ciertos volúmenes de los siglos XVI y XVII o inicios del XVIII no puede menos que admirarse de la capacidad de trabajo que tenían los intelectuales mínimos (también los de otras Órdenes, pero uno se fija en los méritos domésticos) de la época. Thierry, Montoya, Peyrinis, La Noue, Mersenne, Palanco y un largo etcétera compusieron libros que requieren no ya horas y horas de elaboración, sino años enteros, más si pensamos en las citas de autoridades que contenían. Libros que se escribían no con estilográficas o bolígrafos, sino con una pluma que había que mojar en un tintero. Se comprende entonces el porqué los Lectores llegaban a gozar de privilegios como la exención de coro o similares. Personalmente, admiro su capacidad mnemotécnica, su habilidad redactora, su intrépida confianza al afrontar la composición de tan amplísimas obras. Pero, sinceramente, lo que más admiro es su peculiar resistencia, aquella resistencia que el agustino David Rubio, que fue profesor en la Universidad Católica de Washington, llamaba “resistencia posaderil”.

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