lunes, 12 de febrero de 2018

1000 maneras de rezar en el coro



O más. Nuestra Regla, en su capítulo cuarto, sobre el rezo en el coro del Oficio, rezo que es una exigencia, una obligación, un compromiso, un pasivo cierto (de ahí, que se emplee la expresión “persolvant divinum Officium”), da estas indicaciones:


  • cum tremore alacriter
  • simpliciter explicando seu computando absque notulis
  • reverenter ac caeremonialiter


La segunda indicación (el rezo sin canto) y la tercera (con reverencia y las debidas ceremonias) tienen que ver con lo externo, lo formal, en tanto que la primera, aunque tiene su reflejo en el exterior, acentúa la disposición interior (esto es, con ardor y temblor o, en la traducción parafrástica italiana, “con spirito di santo timore e di esultanza”).


A partir de aquí, son mil las maneras de rezar en coro que se encuentran en nuestras diversas comunidades y dentro de cada comunidad. Como se dice en catalán, “tants caps, tants barrets” (literalmente, tantos sombreros cuantas cabezas, equivalente a cada maestrillo tiene su librillo).


En principio, los que rezan con mucho tremore y poco alacriter, y viceversa. Hay frailes que rezan con una voz lastimera, de la que cualquier exultación está ausente, más bien parece que estén patéticamente atados al potro del tormento. Otros, en cambio, parecen rezar para un Dios sordo, como si quisieran ser oídos hasta los límites del orbe o como si antes de acudir a la cita coral se hubieran tomado media docena de bebidas energéticas. O, lo que quizás es todavía peor, hay comunidades, particularmente femeninas, en las que el rezo se uniformiza en una voz robótica y neutra. El ritmo es también un reto. Hay quien reza los versículos de un golpe de voz y, siguiendo una costumbre tradicional, intercala un silencio equivalente a decir “Avemaría” y hay quien, observando escrupulosamente todos y cada uno de los signos de puntuación, hace cabalgar un verso sobre otro sin dificultad, evitando incluso las sinalefas. Hay quien cantaría siempre todo el oficio, quien no lo cantaría nunca y quien más vale que no lo cante jamás. Conviene recordar que la prohibición del canto, interpretada en los orígenes (1508) dentro del engranaje de la vida cuaresmal, fue abrogada, por motivos tal vez en última instancia económicos, en 1754 por el Papa Benedicto XIV que permitió el uso en los mínimos del canto gregoriano.


Capítulo aparte es el del atuendo. Si durante siglos se ha observado el uso del santo hábito en coro, hoy día (a pesar de que este uso sigue siendo prescrito por las Constituciones) la vestimenta es entre los frailes más variada. Habrá influido también en ello el que, con la reducción del número de conventuales y el aumento de ancianos, frecuentemente se ha sustituido el gélido y desproporcionado coro de la iglesia (una desproporción realmente asombrosa se ejemplifica en uno de los más recientes coros extraeuropeos) por el más acogedor y familiar oratorio interno. Y así hay mil maneras de vestir en el coro: con hábito, con traje de oficinista, con camisa de camionero y jeans, con chándal, etc.; hoy en unos laudes mínimos pueden hallarse religiosos con incluso gorras, pantuflas, bermudas o chancletas.


Positivamente hay que señalar que, hasta donde yo sé, en contraste con épocas anteriores (donde la predicación o la enseñanza o su preparación respectiva fundamentaban las exenciones), no suelen haber demasiados religiosos exentos de coro. Las ausencias son excepcionales y responden en la mayoría de los casos a enfermedades que realmente impiden seguir adecuadamente esta dimensión primordial de la vida regular. Tanto es así que hemos conocido casos de frailes mayorcitos a los cuales para otras cuestiones se les iba bastante la olla, pero que, en cambio, se desempeñaban admirable y fielmente en el rezo del coro. Resulta hoy, en cambio, difícil de imaginar un caso como el del Beato Gaspar de Bono; como se sabe, en la última época de su vida padeció una enfermedad renal que le constreñía a miccionar frecuente e imprevisiblemente; no le arredró ello en su fidelidad al rezo comunitario, ya que solucionaba el problema llevándose al coro una “bacinilla”... O sea, mil y una maneras de rezar.