viernes, 19 de junio de 2015

Nacidos del (o figurados por el) costado herido de Cristo

Muchas veces se ha transcrito lo que se dice que decía el venerable Padre Moreau, según la versión que se halla en F. Giry, Les vies des saints, París, 1719, vol. III, col. LXXVI:
“Decía algunas veces que las cuatro Órdenes mendicantes habían salido de las cuatro llagas de las manos y de los pies del Hijo de Dios, pero que la Orden de los Mínimos había salido después de las demás de la llaga sagrada de su pecho y de su corazón.”

P.Pierre Moreau

En realidad, la mención del corazón es una ampliación de Giry. La biografía más antigua de Moreau (La vie du vénérable serviteur de Dieu le R.P.Pierre Moreau, París, 1639), atribuida al Padre Macaire, no habla de procedencia, sino de figuración, ampliando notablemente las palabras de Moreau:
“Tratando de las cuatro antiguas Órdenes religiosas mendicantes, las comparaba a las cuatro llagas de las manos y de los pies del Salvador en la Cruz, pero, refiriéndose a la de los Mínimos, decía que estaba figurada por la llaga del costado de Jesucristo. Aseguraba que esta Orden representaba al Cuerpo místico de Jesús, la misma hoguera de amor, significada por esta llaga del costado en su cuerpo verdadero” (pp.256-257).

Esta relación de los Mínimos con el número de las llagas de Cristo sabemos hoy que es bastante anterior a Moreau, hasta el punto de que a mediados del siglo XVI se la hacía remontar al mismísimo San Francisco de Paula. El testimonio lo encontramos en la manuscrita Vida del Santo conservada en la Biblioteca Universitaria de Barcelona (ms. 162) de autor ignoto, cuya transcripción ha sido recientemente dada a conocer por el Padre Benvenuto. En ella se lee cómo San Francisco de Paula, besando los pies de Sixto IV le pedía que confirmara su Orden y la pusiera entre las mendicantes y cómo, resistiéndose a ello el Sumo Pontífice, San Francisco comenzó a invocar algunos pasajes de la Escritura, predicando y persuadiéndolos
“cómo siendo cinco las llagas de Cristo, necesario era que fueran cinco las religiones, a fin de que de todo estado y condición pudiesen los pueblos salvarse”.

lunes, 8 de junio de 2015

Couvent mis en vente

El antiguo convento de los mínimos de Beauregard-l'Evêque, en Auvernia, llamado también Abadía de Mirabeau, ha sido puesto a la venta por sus actuales propietarios. La fundación del convento fue impulsada en el siglo XVI por el Obispo de Clermont Guillaume Duprat, el primero que introdujo a los jesuitas en Francia y que guardó una muy buena amistad con el mínimo Padre Simon Guichard (apodado “martillo de los herejes”).
Tras la exclaustración, el convento tuvo diversos usos, predominantemente agrícolas. Aunque sufrió un incendio en los años treinta del siglo pasado y actualmente 3/4 partes del complejo conventual se hallan en ruinas, tiene la particularidad de que no ha sido saqueado ni vandalizado. En la última década los Amis de Mirabeau lo habían empleado en diversos usos culturales o festivos. La iglesia es de una majestuosidad impresionante y en 2007 albergó uno de los Congresos de estudio celebrados en Francia con motivo de los 500 años de la muerte de San Francisco de Paula. Cuando se publicaron en un volumen conjunto los trabajos de este Congreso y de otro celebrado en Tours se eligió precisamente para decorar la portada una de las pinturas murales que se hallan a la entrada de la Capilla y que representa a San Francisco de Paula y un grupo de sus frailes.



Así que ya saben, por bastante menos de la mitad de lo que cuesta un dúplex en la barcelonesa Sarriá o un piso en la madrileña calle Serrano, pueden adquirir un pedazo de historia eclesiástica, de historia mínima, una belleza.


jueves, 4 de junio de 2015

No somos monjas


Los mínimos, aunque caracterizados por ciertos rasgos monástico-conventuales, no somos stricto sensu monjes. Para mí es un alivio, porque, de lo contrario, habría entrado en crisis.
Leo en el núm. 1862 de Catalunya Cristiana, en la columna "Pensándolo mejor" que una monja benedictina no está muy de acuerdo (sic) con lo que expresa la Regla de San Benito al inicio del capítulo 49, eso de "Licet omni tempore vita monachi Quadragesimae debet observationem habere" (en una traducción usual, pero no literal: “Aunque la vida del monje debiera responder en todo tiempo a una observancia de Cuaresma...”). Ella, en cambio, cree que la vida del monje ha de responder al gozo de la Pascua. Así que alegremente se carga cuarenta días litúrgicos y toda la tradición ascética monacal.
Les ahorro su largo razonamiento porque es, en definitiva, superficial, epidérmico y confuso, más propio de un catequista inexperto de confirmación (una Pascua joven elaborada como se pueda para treceañeros) que de una persona que ha abrazado la vida monástica. Yo no sé si en el monasterio de Sant Benet de Montserrat se sigue con las novicias la larga y morosa deliberación en la lectura repetida de la Regla que se prescribe a fin de que quien aspira a la vida monacal la acepte o la rehúse con conocimiento de causa. Pero, por lo leído, allí el yugo Regulae puede vivirse o no a discreción. Esta pastelera manera de referirse a la Regla, será sin duda aplaudida por los pasteleros, pues ya se sabe que las tradicionales Monas de Pascua resultan más rentables que los sufridos buñuelos cuaresmales.
Y digo yo que las ideas, cuanto más superficiales, más se contagian. Sin ir más lejos, ayer, en pleno tiempo ordinario, nuestro hebdomadario decidió cerrar las Completas con el Regina coeli. ¡Hermano, que no somos monjas benedictinas, caramba!

viernes, 15 de mayo de 2015

Corona de cortesanos y lauro de labradores


Hoy es San Isidro Labrador. Y por ello no sería inconveniente recordar aquí que la primera vida amplia escrita sobre el Santo tuvo por autor a un religioso mínimo, el Padre Nicolás José de la Cruz, que fue superior en Burgos y en Madrid y publicó la obra en 1741 (otra edición con el título más simplificado y sin el fárrago de la dedicatoria y las aprobaciones se publicó en 1790). La primera edición llevaba como título Corona de cortesanos y lauro de labradores o espejo de labradores y exemplar de cortesanos: La vida, virtudes y milagros de San Isidro Labrador...adjunta la vida, virtudes y milagros de su dignísima Esposa Santa María de la Cabeza. Lo que Dios unió que no lo separen los hagiógrafos. 

miércoles, 13 de mayo de 2015

Una argumentación extrema o sutil


No era extraño, entre los antiguos comentaristas de la Regla, el acumular argumentos cuanto trataban de defender una determinada proposición. No importaba que alguno de los argumentos aducidos resultara extremo y hasta un tanto chocante. Desde el punto de vista del autor, su omisión equivaldría a ocultar el propio ingenio, lo cual, sin menoscabo de la humildad y la modestia, podría entenderse como repudiar un talento que, en cuanto otorgado por Dios, no debía en modo alguno quedar escondido. 
Entre los muchos ejemplos que podrían aducirse traigo aquí a colación una de las razones que Peyrinis da en sus Comentarios Ascéticos para defender el patronazgo de Jesús y María sobre la Orden de los Mínimos; en concreto, en relación a María. Dice el comentarista que habiendo sido nuestra religión instituida de modo que se alimentara sólo de pescado y, como el pescado sólo se encuentra en las aguas y Dios llamó al conjunto de las aguas Mares (Gn 1,10 en la versión Vulgata: congregationesque aquarum appellavit Maria), se sigue que nuestra Orden recurra a María para su sustento espiritual y corporal. Más claro, agua.

lunes, 4 de mayo de 2015

Lo bien que lo pasamos

La vida mínima no es una vida necesariamente de amargados ni de dolientes achacosos, doy fe. La abstinencia cuaresmal no está reñida con la alegría ni con la salud. Poéticamente lo expresó Don José Tafalla Negrete. Cuatro de las composiciones incluidas en su Ramillete poético están dedicadas a San Francisco de Paula. En una de ellas, un romance, afirma que, pese a la abstinencia cuaresmal, los mínimos lo pasamos "como unos Padres". Quiero suponer que el sentido, más allá del juego de palabras, es el de pasarlo bien, en el sentido positivo que hoy se da en México al "pasarlo padre". Tafalla no era mexicano, sino aragonés, y la referencia que en el mismo romance hace a la Victoria se refiere sin duda al convento mínimo de esta intitulación mariana en Zaragoza. Aquí transcribo el romance con ortografía actual, que lo disfruten "como unos Padres":

De San Francisco de Paula
mi voz las grandezas cante,
que es Santo de los mayores,
si Mínimo de los Frayles.
Iglesias edificava
con fervor  incomparable,
pero siendo tan gran Santo
no admiro que edificase.
Él mismo al Sacro edificio
servía los materiales,
para que siempre empleado 
en buenas obras le hallasen.
No se descuydava entonces 
el maldito de tentarle,
porque cuando el Santo Iglesias
no hacía el Demonio Altares.
Mas burlábase Francisco
de sus armas y combates,
que de cuanto hacía el Diablo
nuestro Santo hacía el Ángel.
Mil veces sobre las ascuas
anduvo ileso y constante, 
pues quiso Dios que en el fuego
ni aun por lumbres se quemase.
En su Santo Refectorio
jamás se huele la carne,
y sin embargo sus Hijos
lo pasan como unos Padres.
Fue su afición el ayuno
y su penitencia grande,
y en ella la Disciplina
dicen que le hacía sangre.
Triunfó de los enemigos
y de que el triunfo alcanzase
no hay duda, pues siempre tiene
la Victoria de su parte.
 
      San Francisco de Paula con Sixto IV

domingo, 19 de abril de 2015

Mínimos viajeros


No todos los mínimos han sido sedentarios. Muchos han hecho largos viajes, han visto mundo. No hablo de la itinerancia que suponen los cambios de destino dentro de la Provincia monástica respectiva, ni siquiera de los que dentro de Europa debían hacerse para trasladarse a los Capítulos Generales o los que los Superiores Generales o sus Vicarios debían llevar a cabo para llevar a cabo la visita canónica. Hablo de otros largos recorridos. Como el que llevó en 1493 a fray Bernardo Boyl a cruzar los mares hacia las nuevas tierras descubiertas como encargado de la primera evangelización. Fue una estancia ultramarina relativamente corta y misionalmente fracasada, pero meses después Boyl le contaba a Munzer, según el testimonio de éste, mil cosas de aquellas lejanas tierras.
Algunas veces el viaje y el destino se producían muy a pesar de los frailes concernidos. Tal era el caso de los que en el Mediterráneo eran apresados por corsarios y llevados a Berbería a pasar penalidades en tanto no fueran rescatados, si finalmente lo eran. Algunas provincias monásticas surgieron precisamente por tener que evitar el riesgo del viaje marítimo requerido para participar en Capítulos Provinciales o Definitorios; tal fue el caso de Mallorca o del vicariato de Cerdeña.
Otras veces fue la promoción episcopal la que, teniendo como destino una sede en Indias, obligaba a emprender un viaje que nunca estaba exento de dificultades. Lo supo fray Francisco del Rincón cuando, teniendo que llegar a Santo Domingo, sufrió un naufragio que le hizo tomar tierra en un despoblado de Cuba. Lo sabía bien fray Luis de Cañizares quien, destinado a una paupérrima diócesis filipina, decidió prorrogar sine die su escala en México, esperando que sus amigos en Madrid le consiguieran pronto un ascenso que le evitara proseguir su viaje.
Otros mínimos partieron en verdaderas expediciones científicas. Los más conocidos son Plumier y Feuillée. Tres viajes realizó Plumier, en uno de los cuales fue apresado por corsarios y llevado a Tobago; emprendió el cuarto con destino a Perú, pero murió en el Puerto de Santa María. De Feuillée se conocen también cuatro expediciones a África y América. Podemos mencionar también a aquellos que viajaron al Próximo Oriente, como el Padre Valbuena enviado por la reina de España a llevar un donativo para los cristianos del lugar, o como el Padre Minuti que lo hizo a la búsqueda de documentos y antigüedades.

Finalmente cabe mencionar a los mínimos que habían emprendido largos viajes antes de entrar en religión. Ese sería el caso, por ejemplo, del Padre Boullé que había estado en Canadá a las órdenes de Champlain combatiendo o parlamentando con ingleses y con amerindios. O, para poner el ejemplo de un personaje más cercano, a caballo de los siglos XIX y XX, puede mencionarse al Padre Roldós, restaurador de los mínimos en España, quien precedentemente había sido capitán en la marina mercante, donde hacía la ruta del golfo de Guinea. Este pasado marinero no siempre fue bien visto por sus hermanos religiosos; a veces algunos se lamentaban arguyendo que cómo podía ser superior religioso un antiguo marino; estas murmuraciones llegaron a oídos de Roldós quien replicaba que precisamente por haber tenido que capear temporales al frente de una tripulación podía, mejor que muchos frailes comodones y sedentarios, capear las dificultades que suponía estar al frente de una comunidad religiosa.