viernes, 15 de octubre de 2021

Carmelitanismo mínimo español

 



 En una ocasión, visitando un ex-General de los Mínimos la capilla de una hermandad andaluza vinculada con la Orden y entre cuyos titulares está San Francisco de Paula, le mostraron una estatuita del Santo que tenían en una capilla lateral. Ya fuera, a prudente distancia de los cofrades, el ex-prelado mínimo musitó con pena: “San Francesco con l’abito carmelitano…”

Una especie de carmelitanismo o teresianismo mínimo atraviesa los siglos, porque hoy, en mi comunidad, una vez más, en lugar de respetar el calendario oficial de la Orden que litúrgicamente da a Santa Teresa de Jesús el rango de memoria obligatoria, hemos rezado, como si de calendario propio careciéramos, como fiesta. Pasaron ya los tiempos en que el error en una palabra o hasta en una sílaba del rezo comportaba una culpa y hoy oficio por oficio vale y, si no, supplet Ecclesia, que es lo que con carácter general alegamos unos y otros para convalidar errores, negligencias o sustentar particulares devociones o manías.

Pero una cierta vinculación existe entre la familia mínima y el carmelitanismo reformado. Se remonta al siglo XVII cuando el Padre Juan Bretón publica su tratado de teología mística, algunos fragmentos del cual han sido calificados de plagio flagrante de San Juan de la Cruz por los modernos estudiosos carmelitas. Si en tiempos de ambos Juanes se dio o no debate, lo desconocemos, quizá algún día lo sepamos, hoy por hoy sólo indirectísimos indicios podrían apuntarlo. Seis años después de publicar Bretón su obra, el Padre Caldera, por aquello de buscar mayor perfección, pasó de los carmelitas descalzos a los mínimos, y en 1623 publicaba su propia obra de mística teología y discreción de espíritus, que algún valor tendría cuando se imprimió otras dos veces y se tradujo al francés y al italiano.

A veces ha habido entre ambas órdenes relevo. Así sucedió en Mancera de Abajo, donde los mínimos se establecieron en antiguo convento dejado por los carmelitas descalzos y que había sido fundado por el mismísimo San Juan de la Cruz. Después de la exclaustración de 1835 aquel cenobio quedó nuevamente abandonado hasta que un siglo y pico después fue carmelitanamente reconstruido, esta vez por y para Santa Maravillas de Jesús y sus compañeras.

Y también a veces pasa que, sin darnos cuenta ni saberlo, se regresa a más antigua tradición. Tal vez el Superior de mi comunidad lo sepa, o tal vez no (nunca se sabe lo que sabe el Superior), pero en 1835, cuando los mínimos españoles del antiguo régimen celebran su último Capítulo General Nacional, esto es, sólo unas semanas antes de que algunos de sus conventos fuesen pasto de las llamas, el penúltimo acuerdo tomado fue facultar al neoelecto Vicario General para España Padre Almohalla que impetrara del Papa para los mínimos y mínimas de España el rezo litúrgico de Santa Teresa de Jesús con los privilegios, indulgencias y gracias de los Carmelitas, en atención “a la extraordinaria devoción que nuestra Sagrada Orden profesa a la Seráfica Madre y Doctora Mística Sta. Teresa de Jesús”. Lo más probable es que no tuviera fray Antonio Almohalla tiempo de impetrar nada, pero no importa, aquí y ahora nosotros, 186 años después, recemos fiesta, con concesión o sin ella. Supplet Ecclesia y, además, probablemente al Sumo Pontífice reinante no ha de molestarle que los mínimos veneremos festivamente a la “vieja”.




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