miércoles, 11 de septiembre de 2024

De formación o deformaciones

 “Aquí me pongo a postear / al compás de la vigüela,/ que al hombre que lo desvela/ la vida comunitaria/, como el ave solitaria / con su bloguear se consuela...” (para que se vea que yo también algo recuerdo de lo que he leído). Y a veces para postear sin perder la compostura hay que pedir la ayuda divina como se hacía al inicio del Martín Fierro.



En la vida religiosa hodierna (incluida la Orden de los Mínimos) el tema de la formación está fácilmente en la boca de todos con tan discutible utilidad como la que tenían las mascarillas quirúrgicas en el tiempo del contagio. La realidad que se percibe en las comunidades, la que se palpa cotidianamente, está lejos de ser ideal. Nada es más contagioso que la deformación y ahí no hay mascarillas que valgan. Un novicio entrado en años, con su aparente madurez y una circunspección aparentemente prometedora, puede al cabo del tiempo, por mor del contagio, llegar a la profesión convertido religiosamente en un bisoño quinceañero que en el rezo del coro se conduzca más "cum ludibrio" que "cum tremore". Les aseguro que no me invento nada, ni me refiero a un recuerdo espacial o temporalmente remoto. "Qui habet aureas audiendi, audiat!"

Pero Dios no abandona al pueblo fiel y si en la formación religiosa o sacerdotal andamos extraviados o desconcertados, el Papa Francisco viene en nuestra ayuda y en el bochorno veraniego nos ha obsequiado con una carta ciertamente sorprendente sobre literatura y formación. La carta resulta para algunos tan oportuna como pudo ser en el tiempo de la pandemia enunciar la obligación ética de inocularse una terapia génica todavía experimental y autorizada por la EMA sólo por la situación de emergencia (la agencia europea salvaba sus muebles y su prestigio con un apartado que pasó desapercibido para muchos, para casi todos, y que tenía una sola línea: “fármaco sujeto a prescripción facultativa”, así que si los gobiernos repartieron la comirnaty como los confites en un bautizo, allá ellos, que cada palo aguante su vela). Ignoro quien le habrá escrito al Papa esta carta falaz, dudo mucho de que la haya redactado él personalmente y tampoco parece la obra de un profesor de teoría literaria (ni siquiera de un simple graduado), aunque está claro que la corriente de pensamiento que hay detrás es plenamente papal.

Aunque la confesada intención inicial era la de dirigirse a los seminaristas, esta comunicación tan fascinante la dirige Su Santidad a todos los cristianos. El admirado  (por algunos) Papa Francisco insiste en la necesidad de la lectura de novelas y poesía, es decir, de literatura pura y dura (nada dice del teatro o de otros géneros, no sea que al destinatario le dé por los autos sacramentales). Reivindicar los hábitos de lectura en un mundo de pantallas y poner en relación el hábito de leer con la corrección al redactar tiene una buena base y nadie que tenga dos dedos de frente se lo va a discutir. Pero hay otros aspectos aducidos que son cuando menos cuestionables. Por ejemplo, que la lectura de literatura redunde positivamente en la formación de los seminaristas, aduciendo que les permite un mejor conocimiento del mundo en el que viven (no sé cómo andan de tiempo los seminaristas actuales, ni cuál es la exigencia de sus estudios filosófico-teológicos, pero si hubiesen tenido un profesor de teoría del conocimiento como el que yo tuve, que nos puso como manual un libro de Luis Cencillo, les aseguro que tiempo para leer novelas más bien poco). O que la literatura haga de los lectores personas más compasivas o empáticas. No sé qué conocimiento del mundo o de los seminaristas tiene el Santo Padre, pero hoy muchos ingresan en el seminario o en la vida religiosa a una edad y con un bagaje que hace que su experiencia directa del mundo no sea para nada insuficiente. Las indicaciones del Sumo Pontífice podrían tener cierto sentido en la época en que la mayoría de vocaciones procedían de seminarios menores y de ambientes protectores. Por otra parte, los analfabetos, que suelen ser pobres o proceder de ámbitos de pobreza (a los pobres hay que referirse como lo que son en lugar de instrumentalizarlos según nos convenga), pueden ciertamente comportarse de forma inadecuada y primitiva, pero entre ellos no es infrecuente encontrar una compasión y una empatía de la que carecen muchos letrados y literatos.   

El Santo Padre se guarda bien de decirnos a qué tipo de literatura se refiere. También aquí se manifiesta su ambigüedad magistral característica, si exceptuamos, claro, que la temática sea la misa preconciliar (“caca, nene”) o las albas con ribetes de encaje (“marico****s”). Así que parece que sea lo mismo leer novelas edificantes o pedagógicas (como las de nuestro Michel-Ange Marin), literatura fantasy (Lewis, Tolkien o la discutídisma, siempre combativa y nada diplomática Silvana de Mari) o bien obras como Los Cantos de Maldoror, los Trópicos de Miller o la sadiana Justine. Tal vez pueda colegirse de la carta que cada cual pueda leer lo que más le guste (el ejemplo que relata de sus tiempos de profesor es paradigmático de una pedagogía errónea o ilusa). Lo único que nos podríamos atrever a deducir es que Papa Francisco, en esto denodadamente actual, pone el acento preferente más en el emotivismo que en la inteligencia, en el sentir que en el pensar, incluso cuando se habla de la importancia del estudio literario se deriva a la incidencia en la formación del corazón (sólo alguna referencia hay de pasada a la formación del intelecto). También es evidente para cualquiera mínimamente in-formado, que la carta, cuando habla del protagonismo preponderante del lector, tiene un trasfondo innegablemente luterano. Personalmente, por ejemplo, me gustan las novelas policíacas de Grangé. Tal vez este nombre al lector español corriente le diga muy poco, pero en Francia muchas de sus obras han llegado a la pequeña pantalla y a la grande (y aquí sí que a muchos puede sonarles una película basada en una de tales novelas titulada "Los ríos de color púrpura", ¿a que ahora si están situados?). El autor, lo reconozco, es en este sentido bastante repetitivo: asesinos en serie, ensañamientos, etc. Tan insanos psicológicamente resultan en sus novelas los "flics" protagonistas (sólo suelen ser equilibrados familiar y personalmente los humildes y secundarios policías locales) como los delincuentes. En fin, el ritmo es trepidante y su escritura cautivadora y hasta adictiva. Sinceramente, es una lectura que suele resultar bastante entretenida, especialmente cuando uno está abocado a cotidianos y aburridos viajes en tren o autobús. Pero dudo mucho que la lectura de estas novelas haya hecho de mí un mejor conocedor del mundo que me rodea, una persona más compasiva y empática, y desde luego no un mejor religioso o un mejor sacerdote.

Hay en la carta otras cosas que calificaré de curiosas por no emplear otros adjetivos. Por ejemplo, lo de que la literatura, en una definición satisfactoria para el Papa, es “escuchar la voz de alguien”. Demasiadas voces escuchamos en nuestro mundo como para necesariamente por vía literaria otras más. La citación borgeana me ha recordado a un religioso colombiano que tuvimos entre nosotros (no sé dónde anda ahora): admiraba a Borges en la misma medida que leía con fruición a autores, Dios se lo perdone, como Yuval Noah Harari. Así nos va, escuchando voces y aprontando la Agenda 2030. Me pregunto si, en cierto sentido, no nos convendría más silencio y menos voces.



También es para enmarcar la declarada preferencia del Papa por los artistas trágicos. Qué quieren que les diga. El 90 por ciento de las tragedias son determinismo fatalista y desesperanza, es decir, lo más anticristiano que pueda imaginarse. En otro apartado nos dice el Sumo Pontífice que la lectura calma el stress y el ansia. ¿La lectura como ansiolítico? No sé yo. Calma o crispa, depende. La gente, según este planteamiento papal, resulta ser bastante estúpida. Con lo poco que cuesta un libro de bolsillo, se gasta cinco veces más en masajes orientales para relajarse. Diríamos que así nos va y que el Papa Francisco tiene razón si no fuera porque muchos lectores y escritores lo son todo menos gente relajada y relajante.



Hay otra afirmación (no nueva, y, por tanto, convencida) del Papa que me guardaré muy mucho de comentar. Dejo que lo haga Jesús G. Maestro, aquí les pongo el vídeo, fíjense en el esfuerzo de contención que el profesor hace, cómo se reprime las ganas de decir “pero...¿este tío es tonto?”