martes, 2 de diciembre de 2025

En el origen: la Orden "in mani dei catalani"

 

“O Dio, la Chiesa romana in mani dei catalani!” es la exclamación, atribuida por algunos al cardenal Bembo, por otros a algún Colonna y, en definitiva, a la generalidad de los romanos con ocasión de los pontificados de Calixto III y Alejandro VI, frase que, dicho sea de paso, le sienta como un tiro a buena parte de la actual sociedad valenciana que ni por asomo (ni siquiera en el terreno linguïstico) quiere identificación alguna con Cataluña y frase que suena a música celestial para la otra parte catalanófila.

Hay tradicionalmente un sector de catalanes, agrupados en la entidad Institut Nova Història,  que reivindica atrevidamente como propios personajes y logros, algunos de ellos de una forma tan extrema y con una metodología tan chusca que provocan la chanza de la gente medianamente ilustrada.



Esto viene de lejos. A finales del siglo XIX se publicó una breve biografía del mínimo Jacinto Coma, un personaje poco conocido, admirado por Balmes, buen predicador y fallecido en su localidad natal (Manresa) en 1864. El biógrafo manifestaba también de pasada en estas breves páginas su intención de seguir investigando en relación a una pretendida catalanidad de la familia de San Francisco de Paula; lo fundamentaba en la semejanza italianizada entre el apellido de San Francisco (Martolilla) y el nombre de una conocida localidad barcelonesa (Martorell). No parece que llegara a culminar tal indagación histórica, aunque en cierta ocasión, comentando este asunto con las mínimas de Valls, me recordaron con buen humor que en su comarca había un Santuario llamado de la Fontcalda, de forma que sugerían que podrían buscarse allí los orígenes maternos de San Francisco. Pues nada, adelante, Jaume Martorell y Vienna de Fontcalda.

Hasta aquí el lector estará ya reclamando un poco de seriedad. Voy a dársela. Recurriré para ello a Odile Krakovitch, una estudiosa que procede del campo de la Archivística y que se doctoró en Letras con una tesis sobre la Censura teatral en el siglo XIX, alguien de quien se podrán discutir ciertas apreciaciones (hay gente dispuesta siempre a discutirlo todo), pero a la que en ningún modo se la podrá calificar de poco documentada. Para los mínimos mínimamente ilustrados Krakovitch no resulta una desconocida, ya que, entre los numerosos temas a los que ha prestado su atención indagadora, se encuentra la historia de los conventos mínimos parisinos; no sólo eso, también se ocupó hace años de la figura del ermitaño Bernardo Boyl. Pues bien, vayamos a un artículo escrito en 1979 y publicado en 1981 en la revista Paris et Ile-de-France (donde se recogen las Memorias de las sociedades históricas y arqueológicas de la zona) sobre el convento mínimo de la Place Royale de París, un artículo tan largo que es prácticamente un libro (171 páginas), un estudio en el que este convento, hoy completamente desaparecido, es descrito detalladamente a partir del manejo de una documentación ingente. Nos habla en él exhaustivamente de cada espacio, cada habitáculo, cada rincón conventual.  En un momento determinado casi al final describe la existencia en l’arrière cuisine, un espacio de 30 metros cuadrados, de un recipiente en el cual los mínimos de Place Royale almacenaban el aceite:


Transcribo para quien no quiera abrir la imagen en otra ventana y leer directamente:

“(grand coffre en ) bois, garni de plomb, où les religieux versaient l’huile qu’ils étaient obligés par leur règle de consommer; toutes les autres graisses, on s’en souvient, leur avaient été interdites par leur fondateur catalan, habitué à ce produit.”

Et voilà, ahí queda eso. Vinga, Victor Cucurull, que ja en tens un altre per afegir a la llista...