lunes, 4 de mayo de 2015

Lo bien que lo pasamos

La vida mínima no es una vida necesariamente de amargados ni de dolientes achacosos, doy fe. La abstinencia cuaresmal no está reñida con la alegría ni con la salud. Poéticamente lo expresó Don José Tafalla Negrete. Cuatro de las composiciones incluidas en su Ramillete poético están dedicadas a San Francisco de Paula. En una de ellas, un romance, afirma que, pese a la abstinencia cuaresmal, los mínimos lo pasamos "como unos Padres". Quiero suponer que el sentido, más allá del juego de palabras, es el de pasarlo bien, en el sentido positivo que hoy se da en México al "pasarlo padre". Tafalla no era mexicano, sino aragonés, y la referencia que en el mismo romance hace a la Victoria se refiere sin duda al convento mínimo de esta intitulación mariana en Zaragoza. Aquí transcribo el romance con ortografía actual, que lo disfruten "como unos Padres":

De San Francisco de Paula
mi voz las grandezas cante,
que es Santo de los mayores,
si Mínimo de los Frayles.
Iglesias edificava
con fervor  incomparable,
pero siendo tan gran Santo
no admiro que edificase.
Él mismo al Sacro edificio
servía los materiales,
para que siempre empleado 
en buenas obras le hallasen.
No se descuydava entonces 
el maldito de tentarle,
porque cuando el Santo Iglesias
no hacía el Demonio Altares.
Mas burlábase Francisco
de sus armas y combates,
que de cuanto hacía el Diablo
nuestro Santo hacía el Ángel.
Mil veces sobre las ascuas
anduvo ileso y constante, 
pues quiso Dios que en el fuego
ni aun por lumbres se quemase.
En su Santo Refectorio
jamás se huele la carne,
y sin embargo sus Hijos
lo pasan como unos Padres.
Fue su afición el ayuno
y su penitencia grande,
y en ella la Disciplina
dicen que le hacía sangre.
Triunfó de los enemigos
y de que el triunfo alcanzase
no hay duda, pues siempre tiene
la Victoria de su parte.
 
      San Francisco de Paula con Sixto IV

domingo, 19 de abril de 2015

Mínimos viajeros


No todos los mínimos han sido sedentarios. Muchos han hecho largos viajes, han visto mundo. No hablo de la itinerancia que suponen los cambios de destino dentro de la Provincia monástica respectiva, ni siquiera de los que dentro de Europa debían hacerse para trasladarse a los Capítulos Generales o los que los Superiores Generales o sus Vicarios debían llevar a cabo para llevar a cabo la visita canónica. Hablo de otros largos recorridos. Como el que llevó en 1493 a fray Bernardo Boyl a cruzar los mares hacia las nuevas tierras descubiertas como encargado de la primera evangelización. Fue una estancia ultramarina relativamente corta y misionalmente fracasada, pero meses después Boyl le contaba a Munzer, según el testimonio de éste, mil cosas de aquellas lejanas tierras.
Algunas veces el viaje y el destino se producían muy a pesar de los frailes concernidos. Tal era el caso de los que en el Mediterráneo eran apresados por corsarios y llevados a Berbería a pasar penalidades en tanto no fueran rescatados, si finalmente lo eran. Algunas provincias monásticas surgieron precisamente por tener que evitar el riesgo del viaje marítimo requerido para participar en Capítulos Provinciales o Definitorios; tal fue el caso de Mallorca o del vicariato de Cerdeña.
Otras veces fue la promoción episcopal la que, teniendo como destino una sede en Indias, obligaba a emprender un viaje que nunca estaba exento de dificultades. Lo supo fray Francisco del Rincón cuando, teniendo que llegar a Santo Domingo, sufrió un naufragio que le hizo tomar tierra en un despoblado de Cuba. Lo sabía bien fray Luis de Cañizares quien, destinado a una paupérrima diócesis filipina, decidió prorrogar sine die su escala en México, esperando que sus amigos en Madrid le consiguieran pronto un ascenso que le evitara proseguir su viaje.
Otros mínimos partieron en verdaderas expediciones científicas. Los más conocidos son Plumier y Feuillée. Tres viajes realizó Plumier, en uno de los cuales fue apresado por corsarios y llevado a Tobago; emprendió el cuarto con destino a Perú, pero murió en el Puerto de Santa María. De Feuillée se conocen también cuatro expediciones a África y América. Podemos mencionar también a aquellos que viajaron al Próximo Oriente, como el Padre Valbuena enviado por la reina de España a llevar un donativo para los cristianos del lugar, o como el Padre Minuti que lo hizo a la búsqueda de documentos y antigüedades.

Finalmente cabe mencionar a los mínimos que habían emprendido largos viajes antes de entrar en religión. Ese sería el caso, por ejemplo, del Padre Boullé que había estado en Canadá a las órdenes de Champlain combatiendo o parlamentando con ingleses y con amerindios. O, para poner el ejemplo de un personaje más cercano, a caballo de los siglos XIX y XX, puede mencionarse al Padre Roldós, restaurador de los mínimos en España, quien precedentemente había sido capitán en la marina mercante, donde hacía la ruta del golfo de Guinea. Este pasado marinero no siempre fue bien visto por sus hermanos religiosos; a veces algunos se lamentaban arguyendo que cómo podía ser superior religioso un antiguo marino; estas murmuraciones llegaron a oídos de Roldós quien replicaba que precisamente por haber tenido que capear temporales al frente de una tripulación podía, mejor que muchos frailes comodones y sedentarios, capear las dificultades que suponía estar al frente de una comunidad religiosa.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Los nombres de las plantas





Los nombres de las plantas

“Appelavitque Adam nominibus suis cuncta animantia, ut universia volatilia caeli, et omnes bestias terrae” (Gn 2,20). El primer hombre puso nombre a los animales , pero...¿y a las plantas? Pues a algunas fue a darles nombre un mínimo, el Padre Charles Plumier. Las descubrió en sus viajes ultramarinos y les dio nombre de personajes conocidos, como Michel Begon, intendente del Santo Domingo francés, o los botánicos Leonhart Fuchs y Pierre Magnol.  

Así que la próxima vez que riegue usted su maceta de fucsias o de begonias recuerde que también los mínimos, esos tipos raros y pocos, anduvieron metiendo las narices y las palabras en estos temas.


Consumo, Cuaresma, Carisma


(A propósito del penúltimo libro de Padre Morosini)

Como el mismo autor indica en la Introducción al libro (La proposta penitenziale di S. Francesco di Paola e il fallimento della società dei consumi, Laruffa Editore, Reggio Calabria, 2014), ha pretendido, desarrollando los varios aspectos de la espiritualidad penitencial y cuaresmal de S.Francisco de Paula y de su familia religiosa, ilustrar aquello que, a su juicio, podría contribuir a sanar los males producidos por el consumismo.
Dejando aparte los temas del perdón y de la justicia que toca en los últimos capítulos (susceptibles también ellos quizá de profundización a través de la distinción hoy en boga entre la justicia retributiva y la restaurativa-agápica), esta obra nos ha sugerido, al menos, tres interrogantes o consideraciones.

Primero: ¿Está actualizada la visión que ofrece el autor de la sociedad consumística y, en consecuencia, su contraste con una civilización de lo suficiente? Revisando algunos pasajes del libro, coinciden con notable exactitud con la contribución que hace una treintena larga de años aportó el autor, bajo el título de “Un mensaje para nuestro tiempo”, en un folleto de orientación de la Obra de Vocaciones Mínimas que en su versión castellana se llamaba “Un mensaje de liberación”. Las ideas sobre la sociedad de consumo en 1984, ¿pueden seguir siendo válidas en el 2014? ¿Es realmente el consumo como tal el causante de todos los males del mundo? Se puede convenir en los males del reduccionismo humano que comporta el vigente economicismo materialista, pero, ¿realmente la sociedad anterior a la consumista era mucho mejor? ¿Realmente hay hoy, como dice el autor, un coro unánime de voces reclamando la construcción de la “civiltà del sufficiente”? En todo caso, situados en el 2014 y no en el 1984, podría admitirse que se clame más bien por una civilización de la sostenibilidad... Es una lástima que el autor no haya trabajado un contexto más actualizado. Sin embargo, alguna cosa apunta cuando trata de la participación ciudadana y del dominio sobre los medios de comunicación. Acaso su reflexión sería más provechosa si hubiera tocado un consumo nuevo que hoy aparece como más preocupante incluso que el meramente material: el consumo ideológico que deriva de los medios de comunicación social y especialmente del uso de las nuevas tecnologías (internet, whatsapp, etc.). La inmediatez, la repetición, la difusión acrítica, el dominio oculto del mensaje y su instrumentalización socializadora (todo lo que hagas es social, nunca más estarás solo, son ideas explicitadas por los mismos fundadores de facebook o twitter) están conduciendo a un consumo ideológico y a una deformación de las conciencias cada vez más inquietante. Sólo así se explica que en un período de tiempo relativamente breve hayan calado como convicciones incuestionables en tantísimos hombres y mujeres de nuestra Europa ideas tan discutibles, por ejemplo, como el aborto-derecho, el matrimonio igualitario o el cada vez más poderoso animalismo (difundiéndose y creciendo entre los jóvenes, y no precisamente en la línea franciscana, sino en la línea humanicida propia de un Peter Singer).

Segunda consideración: este libro es, en algunos de sus aspectos, la constatación pública de un fracaso personal. El autor estuvo al frente de la Orden de los Mínimos durante doce años. Pertrechado, al menos teóricamente, con el arsenal de unas mociones del Capítulo General de 1994 que pretendían resituar a la Orden en la línea carismática fundacional, emprendió un plan, al menos teóricamente, concordado con los Superiores Mayores (el famoso “Progettare”), que intentó reforzar con un arduo y nunca agradecido trabajo discursivo en torno a los conceptos ligados a la ascesis penitencial. Pasó que todo aquello no logró su objetivo. Aceptado teóricamente, pero ignorado, descuidado o rechazado en la práctica cotidiana. Es verdad que alguna de las propuestas, por desacostumbrada, podía no calar en la vida de las comunidades (pongo un ejemplo: la práctica comunitaria de la lectio divina, de la que no cuestionaremos el provecho ni su validez monástica, pero que nunca formó parte de la tradición conventual de la Orden), pero las demás hubieran merecido una mejor consideración en sus destinatarios. No fue así y eso nos conduce a nuestro tercer interrogante.


Tres: ¿A quien va dirigido este libro? ¿Dónde cree el autor que se hallan esas personas en las que pueda reavivarse “il lucignolo ancora acceso”? ¿De verdad cree, vistas la premisas anteriores, que puedan hallarse en la actual Orden mínima? No queremos ser profetas de calamidades, pero ciertas noticias que a veces llegan sobre la consideración del voto de vida cuaresmal en algunos formandos extraeuropeos no contribuyen precisamente a reavivar la esperanza, sino que hacen pensar en que alguien anda por allí disparándose en los pies. ¿No será también que hemos pasado de la cerrada radicalidad preconciliar del perfeccionamiento personal a un desequilibrado volcarse en el mundo descuidando la propia interioridad? ¿No se explicarían algunas crisis y abandonos por este desequilibrio? ¿No habrá habido y no estará habiendo aquí y ahora en nuestra Orden una excesiva preocupación por la significatividad y fecundidad exterior de las prácticas penitenciales (entiéndase especialmente como cuarto voto) en detrimento de la precipua relación personal con el Padre que ve en lo secreto?

sábado, 21 de marzo de 2015

La vulnerable abstinencia



Recuerdo cómo, siendo novicio, un día mi Maestro me sumió en la estupefacción cuando contó que un conocido eclesiástico le dijo una vez: “Vosotros salvaréis el voto de vida cuaresmal mientras tengáis buenos cocineros”. ¿Realmente la vida cuaresmal sólo funciona con manjares bien cocinados y aderezados? No negaré que algunas veces en los refectorios mínimos haya algún fraile que se queje de la comida, de la comida que hay y/o de lo mal que se haya cocinado. O puede ocurrir también que se tienda a consumir más emperador que sardina. Para ser una Orden de frailes penitentes, algunos de los nuestros tienen un sentido del gusto muy refinado. También es verdad que se puede seguir un régimen austero y comer decentemente. En el Noviciado (al menos en el mío) se comía no ya razonablemente bien, sino óptimamente (había buena cocinera y ya se sabe, por otra parte, que a los novicios, como a los ejercitantes en los Ejercicios Espirituales, hay que alimentarles bien el cuerpo y el espíritu). También puedo asegurar que al menos en las comunidades que yo conozco no suele banquetearse.
Censurar la incomprendida abstinencia, ridiculizarla, no es difícil. En uno de sus artículos en Catalunya Cristiana, el que fue obispo auxiliar de Barcelona Monseñor Joan Carrera (q.e.p.d.) se refería a la vulnerabilidad de la abstinencia, a lo fácil que resulta hacer chistes o parodias en torno a ella. Santiago Rusiñol, en una de sus glosas, publicadas bajo el seudónimo Xarau, satirizaba sin clemencia el proceder del cumplimiento cuaresmal por parte de algunas clases acomodadas. Rusiñol exagera (si no, no sería satírico), pero no mucho. Transcribo a continuación la glosa (la traducción del catalán es torpe y mía, espero que el lector sea benigno). Dios quiera que nunca tengan que imputársenos con justicia estos extravíos a los mínimos.

Salva el alma, pero no atropelles

Por circunstancias que no vienen al caso en este glosario, el glosador fue el otro día de visita a una casa de señores.
La casa era un casal de nobles, una de aquellas de amplias salas, con oscuros retratos de la familia, con grandes sillas de baqueta, arquimesas y muebles de taracea, una de aquellas que tienen criados para servir a los criados ancianos, una de aquellas que tienen el Árbol genealógico en el lugar de honor de la sala y el escudo en las servilletas, en las sábanas y hasta en las calcetas.
Recibieron muy bien al glosador, le invitaron a comer y el glosador aceptó.
-Eso sí –dijo la señora- hoy es viernes de cuaresma y tendrá que hacer abstinencia.
-¡Malo! –pensó el glosador.
-Sólo es un día a la semana –dijo la señora tranquilamente- y nos gusta cumplir los preceptos. Un día de sacrificio se tolera bien.
-Lo toleraremos –estuvo a punto de decir inocentemente el glosador.
Y se sentaron a la mesa, el señor, la señora, el abuelo, tres hijos, dos hijas y unos cuantos invitados de los indecisos, de aquellos que no se sabe si son señores o administradores, ricos o pobres.
Trajeron una docena de ostras para cada uno de los comensales y todos las terminamos, menos el señor de la casa.
Después una bullabesa, con todo un acuario de peces, que también consumimos, excepto el amo, que no comía.
Después merluza en salsa.
Después congrio.
Después pastelillos de pescado.
Y después descansamos.
-Un día así no se pueden hacer excesos –iba diciendo la señora.
-Nos lo mandan y tenemos que cumplir –respondió uno de los comensales.
-Resulta incluso higiénico –dijo otro.
-Y aunque no lo fuera –resumió la señora- nos lo tenemos que imponer de buen grado. No todo han de ser placeres en esta vida. Por nuestra religión tenemos que sacrificarnos un poco.
Y continuamos sacrificándonos:
Con otro plato de langosta.
Con natillas.
Con helados.
Con vino blanco.
Con vino verde.
Con vino azul.
Con vino de color de rosa.
Todos bebimos como castigo, para cumplir, para no mezclar, para quedar bien con los preceptos, sin que el cuerpo se resintiera de ello.
Francamente, el glosador estaba admirado viendo aquella abstinencia en aquella casa tan devota, y pensaba cuanta gente hay que se cree católica y que, siguiendo al pie de la letra los capítulos de una ley, cree que la ha cumplido. Abogados y procuradores de la propia conciencia, que pleitean ricamente por el otro mundo, y quieren comparecer con documentos claros ante el supremo tribunal, devotos de conveniencia, que de todos los deberes cristianos cumplen sólo los más llevaderos, que, si no hacen bien, tampoco hacen mal.
-Aquí sólo hay un verdadero devoto –le dijo el glosador al abuelo, con el que tenía confianza-. Es el amo de la casa. Este sí ayuna.
-Sí, el amo ayuna –dijo el abuelo con aquella sonrisa que tienen los viejos que están ya al cabo de la calle-. Ahora se ha puesto de régimen. Por tanto cumplir, padece del estómago.
Y llevándome a un rincón, me dijo:

-Es tan escrupuloso con los preceptos que, si hubiera sirenas en el mar, tendría una para la cuaresma. Pecaría, pero cumpliría.

martes, 3 de marzo de 2015

Rapaces, patria y locuacidad



Parece que, una vez canonizado Nicolás de Longobardi, y probablemente teniendo los conventos de mínimos que encargar imágenes del santo, los artistas concernidos tendrán que pensar en adherirle un par de alas en la espalda, vista la afición de los hagiógrafos a colocar a San Nicolás entre las aves rapiegas. Si ya Bellantonio tituló su biografía "Più in alto delle aquile", ha aparecido un libro en Calabria que, prefiriendo la metáfora a la comparación, se titula: "Il falco della Trinità. Nicola Saggio di Longobardi, il Minimo dei Minimi che trovò Dio nei poveri di Calabria". Esperamos que la cosa se detenga aquí y que nuevos trabajos no nos pongan a San Nicolás entre los buitres o los quebrantahuesos.
El libro, publicado por Pellegrini Editore en Cosenza con un prefacio de Monseñor Salvatore Nunnari, es, en algunos aspectos, mejor de lo que su desajustado título puede sugerir. Tres autores han redactado tres partes desiguales que tienen en común la devoción manifiesta, la pretensión literaria y la calabresidad militante.
La aportación más breve es la del sacerdote Enzo Gabrieli quien efectúa un correcto y esmerado encuadre religioso del Santo ("La forza della carità nella contemplazione di Dio").
Tampoco se extiende excesivamente Gerardo Picardo en su rítmica prosa poética, que se lee con gusto ("Umiltà e sentiero di gloria, al Sud i Santi sono Salmi recitati sulle piazze").
No se le puede agradecer lo mismo a Pierfranco Bruni, cuyo texto ("Nicola di Longobardi. Lungo il vento della cristianità nella santità e nella presenza del Paolano") ocupa la mitad del libro, tratando de embarcar al lector en un viaje del cual parece haber perdido la brújula. Acumulación redundante de conceptos, imágenes e ideas metaesotéricas. Tratando de encontrar un asidero, lo busca en Nicola Misasi, aquel discutibilísimo autor decimonónico ya discutido en su tiempo por Roberti. Utilizarlo para encajar a San Francisco de Paula y a San Nicolás en un encaje imposible es meterse de lleno en un idealismo mágico, que ni siquiera rebosa riqueza expresiva (uso continuado del verbo ser: "è...è...è...è"). Poner a San Francisco, por ejemplo, como un dechado de la tolerancia interreligiosa calabresa tiene delito. Recalcar en San Francisco la fuerte personalidad que no hace acepción de personas y se impone (Misasi dixit) a reyes y papas, para a renglón seguido decir que esos son los componentes (santidad y humanidad, ¿einnn?) que han guiado la vida de San Nicolás nos persuade de que el autor se ha echado un sueñecito entre línea y línea. Bruni nos introduce en un laberinto del que sólo es posible salir pasando página.

Como complementos, el volumen nos ofrece una bien compendiada vida de San Nicolás de Longobardi, una antología de frases del Santo, el mensaje para la canonización de Monseñor Nunnari, la carta circular del Corrector General de los Mínimos Padre Marinelli y una brevísima, pero deliciosa, entrevista de Sabrina Pellicone a Giuseppe Laudadio, el beneficiado por el milagro del oblato mínimo.
Sinceramente, cuando se cansen de literatura controvertible, vayan ustedes a las pocas palabras de Laudadio; allí hallarán la recta devoción, la calabresidad entrañable, la belleza de la verdad.

lunes, 2 de marzo de 2015

Agricultura cuaresmal (el invierno del alma)

Escribía Torras y Bages en su Carta Pastoral "La darrera Quaresma del sigle" (1900):

"La pompa, la fecundidad. la hermosura, la delicia de las flores y de los frutos de la primavera  y el verano  son preparados por los fríos, por las lluvias, por las nieves de invierno, que desnudan a los árboles de las hojas, que se diría que los matan por el rigor de la estación, que dejan los campos como yermos y helados, y, sin embargo, en realidad los preparan para que a su tiempo sean con sus ramas, flores y frutos el gozo, la alegría y el sostenimiento  de los hombres.
En el mundo espiritual y cristiano la santa Cuaresma viene a ser como el invierno de las almas, tiempo de penitencia. Como el labriego poda sus viñas y sus árboles, hemos de podar nosotros nuestras vidas de lo inútil, de lo superfluo, de lo dañino; como los campos se sazonan con la lluvia y la nieve, tenemos nosotros que preparar y sazonar nuestras almas con la oración y la penitencia; las largas noches de invierno y los días nublados y tristes son como signo y figura de que en la soledad y el silencio, tan propicios para la reflexión, hemos de preparar nuestras almas para que en ellas fructifique la semilla divina del evangelio, de donde surgen los frutos de santificación que todos tenemos que producir si queremos alcanzar la gloria celestial."