sábado, 12 de octubre de 2024

De conmemoraciones, nostalgias y prospectivas

 El canal de YouTube del Santuario de Paula ha recordado los 40 años de la visita al Santuario del Papa Juan Pablo II. El pequeño reportaje ha salido ágil y bien realizado. Un buen  resumen, bien conducido por la voz serena de Padre Arzente y con un par de testimonios bien acoplados, conjugando la vivacidad del recuerdo con el rigor del relato. El video no se abstiene de pasar por alto algún detalle negativo y menciona alguno muy simpático menos notorio. Al cabo de los años, reconocer que en determinados momentos buena parte del pueblo creyente tuvo la impresión de que Su Santidad había acudido sólo para el clero y las instituciones supone una honestidad en el relato que lo es todo menos frecuente. Me ha recordado el paso de Benedicto XVI por Barcelona cuando vino a inaugurar la Sagrada Familia; el camino entre Obispado y Santuario por las calles de Barcelona fue, para pesar del gentío que bordeaba las calles, a tal velocidad que con razón algún humorista en el periódico del día después dibujaba el papamóvil con las hechuras de un bólido de carreras. El video de Paula consigue suscitar fácilmente una sonrisa al contar cómo en un tiempo en que no existía ni Just Eat ni Glovo ni similares la pontifical petición de la tortilla matinal pudo satisfacerse diligentemente (no es corriente que una tortillita sea policialmente escoltada). Sin duda, aquella visita fue un momento brillante y por ello memorable. En algunos religiosos de cierta edad el video despertará nostalgia y emoción.

En aquellos que sólo conocíamos el viaje papal por los gráficos del papel impreso puede despertarnos el interrogante de cómo se ha evolucionado en los últimos cuarenta años. Vocacionalmente no es difícil concluir, por ejemplo, que en los máximos responsables de nuestra Delegación de España, la generación que la ha gobernado y la gobierna aún hoy, el reloj vocacional parece haberse quedado parado en aquel lejano 1982. El material de difusión vocacional, representado por un folleto (traducido del italiano) intitulado “Un mensaje de liberación”, sigue almacenado ocupando metros y metros de estantería cuando hace mucho tiempo que tendría que estar en el contenedor azul. El problema no es que no haya habido intentos de renovación y puesta al día, sino que estos intentos han desembocado en el vaho, en el vacío, y últimamente en una funesta y temeraria abstención formativa. Una vez más la patología tiene su origen en la formación. Hoy tenemos religiosos tan ignaros de las Constituciones que confunden el voto de pobreza con procurarse una camisa del ropero parroquial, conservando sin embargo la libre administración y disposición de sus pensiones, subsidios o rentas; no es difícil deducir que con esta ineptitud en origen al final el religioso acaba teniendo de religioso sólo el hábito. Si ello puede corregirse tal vez en la etapa del coristado, resulta imposible hacerlo en el caso de los hermanos legos, cuya formación posterior al noviciado es pura y simplemente ninguna. Y me temo que tales deficiencias formativas no las padezca sólo la Delegación de España, sino que de ello adolezca en mayor o menor medida toda la Orden. Es verdad que en Italia hubo hace años el intento de una pastoral vocacional (vocación y formación son sólo erróneamente separables) seria (discutible, pero seria) bajo la responsabilidad de Padre Cozzolino. Tal vez no era ideal, tal vez faltaba corresponsabilidad o capacidad de colaboración, de “coinvolgimento”, muy probablemente sobrara protagonismo personal, tal vez en algunos aspectos se hicieron concesiones inanes o pseudocientíficas y sujetas a la moda (recuerdo un sorprendente y acaso no muy estrictamente católico “San Francisco y el eneagrama”), tal vez etcétera y etcétera, pero al menos había un intento, un esfuerzo, un manos a la obra y hubo una cierta innegable fecundidad (acaso más en las vocaciones de terciarios que en las de frailes). El problema no es qué ha sustituido a aquello sino que después de aquello lo único que ha habido ha sido la nada y la confusión.

Antes y después, en la Orden y en la Iglesia. El video del Santuario desencadena fácilmente en quien lo contempla la idea del contraste. El contraste, por ejemplo,  entre aquel Papa gigante y el actual, entre aquella Orden de los Mínimos y la de ahora. Cuanto más se percibe aquella grandeza (de espiritualidad, de claridad, de magisterio) más se manifiesta la nimiedad del presente. No se trata de atacar a nadie. Se trata de que es difícil permanecer indiferente y conformado cuando se advierte el declive de aquello que se ama. La fidelidad no es papolatría a cualquier precio; amar el papado puede querer decir no soportar su desprestigio, un desprestigio que crece en la medida en que el ejercicio se conduce, sin que en el Colegio cardenalicio se levanten más que un par de voces aisladas en desacuerdo, por las sendas del barullo doctrinal, de la parcialidad arbitraria o del servilismo al poder globalista. En la Orden, sin embargo, el problema tal vez no sea actualmente el ejercicio del poder, sino, con la connivencia de asistentes y otros superiores, el anquilosamiento de la inacción. ¿Ha de extrañar entonces que un leal pronóstico pinte el futuro con tintes de tormenta y (auto)destrucción?