Dejo descansar mi particular
visión sobre la marcha actual de la congregación (no, no me he corregido, es
sólo una tregua temporal) para abordar una cuestión relativa a un texto particular
del Correctorio, en concreto este pasaje del número 75 referido a los frailes
letrados (los instruidos en Letras) que no han de pretender por ello prerrogativas:
“neque alicui etiam praestantissimo viro sic stare molestum sit, cum Rex
gloriae sic pro nobis vermiculis in pulvere humiliter sederit”, que en la
traducción publicada en 1993 por la Delegación de España dice así: “Y esto no
se les torne cosa gravosa por eminentes que ellos sean, cuando el mismo Rey de
la gloria se rebajó humildemente hasta el polvo por nosotros, pobres gusanillos”.
El infatigable Monseñor Morosini ha utilizado
repetidamente este pasaje en relación a la virtudes de la humildad y de la
obediencia fundamentadas en el misterio de la encarnación, tomando como apoyo
bíblico el himno del capítulo 2 de la carta a los Filipenses. Recientemente, en
un artículo aparecido en el número 3 de la revista Paenitemini sobre Fil 2,5-11,
Padre Franco Santoro amplía las referencias bíblicas directas tanto del polvo (Génesis
2,7; 3,19; Salmos 44, 26; Isaías 47,1; Job 42,6; Josué 7,6; Apocalipsis 18,19) como
de los gusanos (Salmos 22,7; Isaías 41,14). Como yo no soy "vir praestantissimus", puedo,
sin embargo, permitirme con temerario atrevimiento y sin temor de perder pizca
de prestigio (en cuanto carezco de él) manifestar que aquí Padre Santoro me ha hasta cierto punto decepcionado, al omitir la concordancia bíblica en la cual más directamente polvo
y gusanos van de la mano. Me refiero al versículo del Libro de Job en el cual
se pone de manifiesto el destino igualmente mortal de la vida dichosa o
amargada. Dice Job 21,26: “Et tamen simul in pulvere dormient, et vermes
operient eos” (en la traducción de la Biblia de Jerusalén: “Juntos luego se
acuestan en el polvo, y los gusanos los recubren”). En Filipenses 2, 8 el rey de
la gloria culmina su humillación y su obediencia “hasta la muerte y muerte de
cruz”. Vamos, que si se pone uno a comentar con la creatividad acostumbrada de
los comentaristas mínimos italianos, podría referir perfectamente el "sedere in
pulvere" del rey de la gloria a su muerte para alimentarnos (darnos vida) a
nosotros (los gusanos). ¿Parece broma? No, no, pónganle en bandeja esto a Monseñor
Morosini y es capaz de escribir veinte páginas incluso con derivaciones
eucarísticas...
El canal de YouTube del Santuario
de Paula ha recordado los 40 años de la visita al Santuario del Papa Juan Pablo
II. El pequeño reportaje ha salido ágil y bien realizado. Un buen resumen, bien conducido por la voz serena de
Padre Arzente y con un par de testimonios bien acoplados, conjugando la
vivacidad del recuerdo con el rigor del relato. El video no se abstiene de
pasar por alto algún detalle negativo y menciona alguno muy simpático menos
notorio. Al cabo de los años, reconocer que en determinados momentos buena
parte del pueblo creyente tuvo la impresión de que Su Santidad había acudido
sólo para el clero y las instituciones supone una honestidad en el relato que
lo es todo menos frecuente. Me ha recordado el paso de Benedicto XVI por
Barcelona cuando vino a inaugurar la Sagrada Familia; el camino entre Obispado
y Santuario por las calles de Barcelona fue, para pesar del gentío que bordeaba
las calles, a tal velocidad que con razón algún humorista en el periódico del
día después dibujaba el papamóvil con las hechuras de un bólido de carreras. El
video de Paula consigue suscitar fácilmente una sonrisa al contar cómo en un
tiempo en que no existía ni Just Eat ni Glovo ni similares la pontifical
petición de la tortilla matinal pudo satisfacerse diligentemente (no es
corriente que una tortillita sea policialmente escoltada). Sin duda, aquella
visita fue un momento brillante y por ello memorable. En algunos religiosos de
cierta edad el video despertará nostalgia y emoción.
En aquellos que sólo conocíamos
el viaje papal por los gráficos del papel impreso puede despertarnos el
interrogante de cómo se ha evolucionado en los últimos cuarenta años.
Vocacionalmente no es difícil concluir, por ejemplo, que en los máximos
responsables de nuestra Delegación de España, la generación que la ha gobernado
y la gobierna aún hoy, el reloj vocacional parece haberse quedado parado en
aquel lejano 1982. El material de difusión vocacional, representado por un
folleto (traducido del italiano) intitulado “Un mensaje de liberación”, sigue
almacenado ocupando metros y metros de estantería cuando hace mucho tiempo que
tendría que estar en el contenedor azul. El problema no es que no haya habido
intentos de renovación y puesta al día, sino que estos intentos han desembocado
en el vaho, en el vacío, y últimamente en una funesta y temeraria abstención
formativa. Una vez más la patología tiene su origen en la formación. Hoy
tenemos religiosos tan ignaros de las Constituciones que confunden el voto de
pobreza con procurarse una camisa del ropero parroquial, conservando sin
embargo la libre administración y disposición de sus pensiones, subsidios o
rentas; no es difícil deducir que con esta ineptitud en origen al final el
religioso acaba teniendo de religioso sólo el hábito. Si ello puede corregirse
tal vez en la etapa del coristado, resulta imposible hacerlo en el caso de los
hermanos legos, cuya formación posterior al noviciado es pura y simplemente ninguna.
Y me temo que tales deficiencias formativas no las padezca sólo la Delegación
de España, sino que de ello adolezca en mayor o menor medida toda la Orden. Es
verdad que en Italia hubo hace años el intento de una pastoral vocacional
(vocación y formación son sólo erróneamente separables) seria (discutible, pero
seria) bajo la responsabilidad de Padre Cozzolino. Tal vez no era ideal, tal
vez faltaba corresponsabilidad o capacidad de colaboración, de
“coinvolgimento”, muy probablemente sobrara protagonismo personal, tal vez en
algunos aspectos se hicieron concesiones inanes o pseudocientíficas y sujetas a
la moda (recuerdo un sorprendente y acaso no muy estrictamente católico “San Francisco y el
eneagrama”), tal vez etcétera y etcétera, pero al menos había un intento, un
esfuerzo, un manos a la obra y hubo una cierta innegable fecundidad (acaso más en
las vocaciones de terciarios que en las de frailes). El problema no es qué ha
sustituido a aquello sino que después de aquello lo único que ha habido ha sido
la nada y la confusión.
Antes y después, en la Orden y en
la Iglesia. El video del Santuario desencadena fácilmente en quien lo contempla
la idea del contraste. El contraste, por ejemplo,entre aquel Papa gigante y el actual, entre
aquella Orden de los Mínimos y la de ahora. Cuanto más se percibe aquella
grandeza (de espiritualidad, de claridad, de magisterio) más se manifiesta la
nimiedad del presente. No se trata de atacar a nadie. Se trata de que es
difícil permanecer indiferente y conformado cuando se advierte el declive de aquello
que se ama. La fidelidad no es papolatría a cualquier precio; amar el papado
puede querer decir no soportar su desprestigio, un desprestigio que crece en la
medida en que el ejercicio se conduce, sin que en el Colegio cardenalicio se levanten
más que un par de voces aisladas en desacuerdo, por las sendas del barullo doctrinal,
de la parcialidad arbitraria o del servilismo al poder globalista. En la Orden,
sin embargo, el problema tal vez no sea actualmente el ejercicio del poder,
sino, con la connivencia de asistentes y otros superiores, el anquilosamiento
de la inacción. ¿Ha de extrañar entonces que un leal pronóstico pinte el futuro
con tintes de tormenta y (auto)destrucción?