Ya tenemos Papa. Y todo el mundo ha extremado la prudencia a la hora de juzgar la elección efectuada por los señores cardenales. El movimiento de una conocida web conservadora para evitar esta elección concreta no salió bien (se llama esto vender la piel del oso antes de cazarlo). Y muchos de los que se mueven con amplio público en las redes han saludado positivamente la elección, entre ellos declarados conservadores que “temían” otros candidatos peores.
También es curioso ver cómo el obispo Strickland, a quien la fumata blanca pilló de invitado en un canal de Youtube, aguanta admirablemente el tipo y, aunque deja ir una velada crítica al nombramiento de obispos desde el Dicasterio correspondiente, no suelta, como probablemente haríamos usted y yo, un recordatorio tal como “le conozco bien, porque este tío es quien firmó mi remoción de la diócesis de Tyler”.
Las expectativas que puedan provenir de su biografía no parecerían demasiado alentadoras. Para una visión tradicional superficial, Prevost sería una síntesis de lo peor de la Iglesia norteamericana (woke, dem, antiTrump) y de lo peor de la Iglesia sudamericana (teología de la liberación). De continuar en la misma línea, tan cercana al Papa Francisco, lo lógico sería esperar que el declive numérico y cualitativo de la Iglesia católica no se frene sino que se acentúe. En sus primeras palabras ha hablado de sinodalidad, de diálogo y de misión. Habrá que esperar para ver cuál es la palabra que privilegie en su acción. Si da prioridad a la sinodalidad, que sólo ha provocado división ad intra e indiferencia ad extra, no iremos bien, aunque tampoco hay que exagerar los temores horripilantes que manifestó el cardenal Zen. La sinodalidad es simplemente un entretenimiento; su pretendida esencialidad eclesial no se conjuga bien con 1990 años de vida de la Iglesia durante los cuales no necesitó calificarse de sinodal. Si León XIV acentúa el diálogo asimétrico (el mundo escucha poco y habla mucho), tendremos la bendición de la agenda 2045 (este es un Papa joven, así que este puede ser un pontificado realmente largo); sí, ya sé que los verificadores oficiales niegan acérrima y unánimente la existencia de tal Agenda, lo cual supone, en mi opinión, una razón clara para no dudar de su realidad. Si el Papa León XIV se toma en serio la misión, el envío de ir al mundo entero, bautizar, hacer discípulos y transmitir el evangelio, tendrá que echarle valentía. La sinodalidad es fácil, inútil y entretenida sí, pero fácil. El diálogo, salvo que sea un diálogo evangelizador y no un mero cambio de impresiones, es pura diplomacia posibilista. Pero la misión hoy es seguimiento martirial, parresía temeraria, combate con el espíritu del mundo, a tiempo y a destiempo.
Personalmente estoy esperanzado. Si un intelectual ratzingeriano puro y duro como Gotti Tedeschi, no sólo se muestra esperanzado con los primeros signos de León XIV, sino que incluso cuenta que descorchó una botella de champan, ¿quién soy yo para tener una visión negativa?
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