miércoles, 11 de noviembre de 2015

¿Desde cuándo San Francisco de Paula nació el 27 de marzo?



La respuesta inmediata y espontánea sería que desde 1416. Evidentemente, el interrogante va por otro lado. Las biografías o estudios sobre San Francisco de Paula, incluidos los últimos, breves o extensos, trátese de obras escritas por mínimos (algunos ejemplos: Benvenuto, Morosini, Addante, Bellantonio, Capponi, Roberti) o no (por ejemplo, De Rosa, Scaltriti, Macris & Tallarico, Soriano, Dabert, Pradier, Rolland),  señalan que San Francisco de Paula nació el 27 de marzo de 1416. Algunos son tan rotundos que indican que ello está históricamente “fuera de toda duda” (Roberti). Otros, más ponderados, como Dabert, señalan el año 1416 indicando a continuación que “generalmente” se señala el 27 de marzo.

Modernamente, sin embargo, algunos autores sí han mostrado, aunque tímidamente, sus reticencias. Galuzzi, aunque no en el texto, sino en nota a pie de página, ya indicaba en 1967 que sólo estaba históricamente probado el año, no el mes ni el día. Lusito se expresaba en parecidos términos, indicando que el día y el mes eran aceptados por una antigua tradición no pacíficamente acogida. Como se ve, nuestra pregunta va cobrando sentido.

Los escritores del siglo XVIII y los de la segunda mitad del siglo XVII, con una sola excepción, dan por buena la fecha (Higueras, Roig Jalpí, Toscano, Martin, Dondé, De Coste, etc.). Había una buena razón para ello: era la fecha indicada por François La Noue (Lanovius), el autor de la gran Crónica minimitana publicada en 1635. Es sorprendente la facilidad con la que tal fecha ha colado, sin ningún documento probatorio, en los tratadistas posteriores. Ciertamente, hay una excepción: François Giry, quien, con el mismo rigor con el que defendió el nacimiento en 1416 frente a Papebroch (el jesuita se mostraría posteriormente vencido y convencido), indicó que el mes y el día eran inciertos, aduciendo que no había ningún escritor contemporáneo (al Santo) que lo dijera (así se expresa en su vida de San Francisco de Paula y lo repite en su continuación a las Vidas de los Santos de Simon Martin).


¿De dónde tomó Lanovius la fecha precisa? Examinemos la cuestión. El año 1416 no suscita reparos porque la bula de canonización de San Francisco de Paula (1519) señala que murió el viernes santo de 1507 a la edad de 91 años. Este mismo dato (muerte el viernes santo de 1507 a los 91 años) es señalado por la Vida de San Francisco de Paula manuscrita en 1560 que se conserva en la biblioteca de la Universidad de Barcelona. Totalmente impreciso es el conocido Anónimo contemporáneo, cuyos textos más antiguos se limitan a un 1400 vel circa, arreglado en versiones posteriores por un 1416. La primera vida amplia impresa, la de Paolo Regio (y sus traductores al castellano Francisco Cuevas y Pedro de Mena), aporta más confusión que claridad, ya que señala el año 1416 no como el de nacimiento, sino como el del voto y concepción, limitándose a indicar que nació “a su debido tiempo”, con lo cual, concebido en 1416, por muy prematuro que fuese, el viernes santo de 1507 no tendría 91 años cumplidos, sino sólo 90 (!!!).

Passarello, Du Vivier, Montoya (seguido por Pinedo), Morales, Victon y Chapot se limitan a señalar que nació en 1416. El único francés de la época, anterior a Lanovius, que indica con precisión el 27 de marzo es Dony d’Attichy en su Historia general de la Orden (1624). Sin embargo, no proviene de él la invención o el descubrimiento. En mi opinión, proviene de una obra publicada en Barcelona en 1618: el Enchyridion o breve crónica de varones illustres de la Orden de losMínimos, escrito por el doctor Pedro Jaime Tristany, cuyo probado afecto por los mínimos y devoción por su Santo Fundador iba parejo con no pocos errores e imprecisiones de su crónica. ¿Por qué precisamente el 27 de marzo? Probablemente, porque así podía explicarse el apelativo de Roberto que da al Santo ermitaño en sus memorias Philippe de Commynes. 

Resumiendo:
  1. La fecha de 27 de marzo transmitida tradicionalmente resulta, cuando menos, sospechosa.
  2. Sorprende que la hayan admitido sin más historiadores que hacen gala, para otras cuestiones, de una crítica esmerada.
  3. ¡Chapeau por Giry!
(Recuerdo que los comentarios están abiertos y para este tema especialmente, si alguien aporta más luz o documentados desmentidos, se lo agradeceré)

miércoles, 30 de septiembre de 2015

El famoso mínimo Carrillo


Tal vez el mínimo español más famoso del siglo XIX haya sido el Padre Fernando Carrillo, del convento de la Victoria de Madrid. Deplorable fama, por cierto, debida a su labor de censor eclesiástico de obras teatrales, ejercida durante la década absolutista. La historia literaria liberal le ha calificado como “verdugo del pensamiento” y “azote de los poetas dramáticos”. Entre quienes sufrieron especialmente su intransigente severidad, no siempre justa y a veces incluso grotesca, hay que mencionar especialmente a Antonio Gil y Zárate.
Sus enemigos nos pintan al Padre Carrillo orondo, glotón y desaseado, además de implacable en el confesionario. Señalan también que su ocupación favorita era el asistir espiritualmente a los reos de muerte. Así, se cuenta que en una ocasión un condenado fue indultado en el último momento y media hora después, al comentar el suceso, el Padre Carrillo dijo: “ha sido una lástima porque estaba muy bien preparado para la muerte”. En su labor censora no admitía en los diálogos teatrales expresiones como “Ángel mío” o “yo te adoro”. En una ocasión suprimió la frase “aborrezco la victoria”, porque creía que había sido escrita contra su convento. Muchos ejemplos parecidos se citan de él. A veces quedaba la obra tan mutilada o tan modificada que el sufrido autor acababa por renunciar a estrenarla. Si damos confianza al mismo Gil y Zárate, alguna obra lograba pasar si previamente el autor se granjeaba una mejor disposición del fraile regalándole una cajita de rapé, sustancia de la que hacía uso frecuente. Tan amplia fue la desgraciada fama del Padre Carrillo que aparece mencionado en los Episodios Nacionales (Los apostólicos) de Pérez Galdós y hasta en una novela (Los confidentes audaces) de Baroja.

martes, 18 de agosto de 2015

El cómputo de los milagros


No han faltado en la Orden de los Mínimos frailes que cultivaran y enseñaran matemáticas. Algunos, la mayoría del siglo XVII, eran eruditos en otras muchos saberes, por ejemplo los Padres Mersenne, Niceron o Maignan. Otros, en la misma época, hicieron una labor especialmente divulgadora y didáctica, como el Padre Capdeville. Ya en el siglo XVIII hay que mencionar las obras del Padre Bonomo. Sin embargo, ninguno de ellos, por lo que publicaron, parece haber sido capaz, a pesar de su competencia científica, de calcular el número exacto de los milagros obrados por su fundador San Francisco de Paula.

¿Innumerables? Tal vez ahora, pero no a mitad del siglo XVIII. Los “sabios todos” del siglo XVIII, carentes del actual instrumental computacional, supieron, sin embargo, calcular ese número:

2.391.280


¿No me creen? Vean el libro de poesía que el prolífico, a veces irreverente y a menudo gracioso Don Gómez Arias (que se autoproclamaba Maestro de filosofía, Bachiller en Medicina, Profesor de Matemáticas y Buenas Letras, amén de Astrólogo) dedicó a nuestro Santo (El clarín armónico de las glorias y milagros del mínimo máximo thaumaturgo S. Francisco dePaula), busquen la nota al pie de la página 113 y no sean incrédulos, sino creyentes.

lunes, 3 de agosto de 2015

Teodidacta


Una de las discusiones que a menudo se han planteado entre los biógrafos de San Francisco de Paula es la de su grado de instrucción. De una parte, los que afirman que, como tantas personas de su tiempo, carecía totalmente de instrucción. De otra, los que dicen que era capaz al menos de leer y escribir. Los defensores de la primera opinión se fundamentan en las condiciones del tiempo y en afirmaciones explícitas de testigos en el proceso de canonización. Los de la segunda recalcan cómo predicaba el evangelio, redactaba cartas y, especialmente, su autoría indiscutida de la Regla de la Orden; aducen, además, que con toda probabilidad, si no antes, al menos en el año votivo pasado con los frailes conventuales de San Marcos Argentano recibiría una alfabetización elemental. Los primeros son calificados de hipercríticos por sus contrarios y a los segundos se achaca por parte de aquellos una idealización del santo que no quiere admitir un degradante analfabetismo.

¿Cómo alguien analfabeto puede haber vivido y, sobre todo, transmitido una espiritualidad tan rica como lo es la de San Francisco de Paula? La respuesta que han dado algunos escritores de la Orden es la de considerar a San Francisco un “teodidacta” no en el sentido amplio que daba el Padre Philipon a esta expresión (todo teólogo sería “teodidacta” porque asiste a la “escuela de Dios”), sino en el estricto de alguien que ha recibido su saber directamente de Dios. Aquí les pongo lo que afirma Jean Durelle en la dedicatoria de su Dialecticothea (y no es una excepción, puede leerse algo similar, por ejemplo, en Méndez de San Juan, en la dedicatoria de su Theologia Moralis de Praeceptis Decalogi):
Licet in terras scientarum acquisitarum esses apparatu destitutus; tamen eras Theodidactus, scientia enim desuper infusa praeditus cordium secreta detegebas, futura praeanuntiabas, Doctorum dubia consultus sine haesitatione resolvebas.

miércoles, 29 de julio de 2015

En África, con las manos (o el rodillo) en la masa

En este caluroso julio el Arzobispo mínimo Monseñor Giuseppe Fiorini Morosini, Metropolitano de Reggio Calabria, ha visitado la casa de los mínimos en la República Democrática del Congo, perteneciente a la Provincia napolitana de la Orden. Allí ha presidido la Eucaristía de profesión de votos temporales de 3 novicios africanos en una ceremonia emocionante, en la que incluso se ha atrevido a pronunciar algunas palabras en kikongo.


Para una más amplia información puede consultarse la crónica que se halla en la web diocesana. Del reportaje fotográfico extraemos esta ilustración, demostrativa de que no sólo de la Palabra de Dios vive el hombre, sino también del pan material (¡o más probablemente de la pizza!).

© Sisi Kayan 

viernes, 24 de julio de 2015

¿Primeros aniversarios?


Hubo un tiempo en que, después de la ordenación sacerdotal, en la primera misa que celebraba el nuevo presbítero otro sacerdote glosaba las excelencias del sacerdocio. Después de eso, había que esperar al 25º aniversario de ordenación (las bodas de plata) para tener una celebración especial. Los tiempos cambian, pues leo en “La Voce del Santuario” la noticia (ya atrasada, pero esta publicación sale cuando sale y llega cuando llega) de que dos sacerdotes mínimos celebraron el primer (sic) aniversario de ordenación; lo hicieron en la capilla del Monasterio de Mínimas de Paula, con rezo de vísperas (incluyendo meditación de una monja sobre el sacerdocio) y eucaristía concelebrada (con homilía de un mínimo sobre el sacerdocio mínimo).

Es verdad que hay vocaciones sacerdotales y religiosas que son especialmente trabajadas y que, a veces, el haber dejado patria, familia, lengua, cultura, etc., puede incluso revestir de un cierto heroísmo la fidelidad vocacional. Pero si empezamos a enlucir el primer aniversario con acción de gracias solemnísima y le damos el carácter de noticia, estamos apuntando a que la perseverancia de un año en la condición sacerdotal mínima se ha convertido en una cosa extraordinaria. Pues no, por ahí no. ¡Al loro, que no estamos tan mal, hombre!

lunes, 13 de julio de 2015

La maleabilidad de los santos



A veces se diría que, en nuestra consideración, son de plastilina. Hace unas décadas un religioso mínimo predicaba un retiro a un grupo de terciarios y les decía literalmente esto: “siete figli di San Francesco di Paola, che è stato un santo furbacchione, il più furbo dei santi”. Una de las principales tentacioncillas contra la humildad que debería caracterizarnos es esa pasioncilla de sorprender al auditorio con algo original e inesperado. Probablemente no alcance, menos en este contexto, ni siquiera la categoría de pecado venial, pero no deja de ser una cierta imperfección, una mota de orgullo con ese calorcillo interior de “cómo se habrán quedado con lo que he dicho, qué bueno y qué original soy”.
En honor a la verdad, hay que reconocer que, por otra parte, el Padre C., predicador de la referida sandez, ha sido un mínimo virtuoso y apostólicamente fecundo, no es broma. Ahora bien, ¿qué es eso de un santo furbacchione? “Furbacchione” puede tener un carácter despectivo, equivalente a granuja o bribón; no creo que un mínimo se atreviese a calificar de tal a nuestro Santo Padre Fundador. O bien quiso decir, con todo el cariño, que era un pillastre travieso, un listillo astuto. Tanto en un caso como en el otro  resulta una burrada, no sólo por ley de cortesía, sino por amor a la verdad. Ningún testimonio documental relativo a la vida de San Francisco permite sostener tal aserción. Y lo del “più furbo dei santi” es una demasía que  va de suyo, sin necesidad de más examen. Todo esto viene a cuento de la facilidad con la que la hagiografía, la devoción o la predicación (probablemente, no digo yo que no, bienintencionada)  modelan interesadamente a los santos. Qué fácilmente les hacemos decir lo que nunca dijeron, hacer lo que nunca les pasó por la cabeza hacer y ser lo que nunca fueron.