No conozco los cánones de belleza que imperaban en el siglo XVII. Probablemente tampoco comulgo demasiado con los del siglo XXI, con sus tatuajes, piercings y similares. Así que me quedo en el siglo XX. A finales del mismo, cuando los mínimos fundaron en Sevilla el convento de San Francisco de Paula, no fui el único que no entendió (ni entiende) cómo en la capilla del convento se colocó una particular estatua de Nuestra Señora de la Victoria, ésta:
La historia nos dice, sin embargo, que aquella imagen no es el resultado de la imaginación de un artista obnubilado. Vean el grabado con que se adornaba en 1602 el libro Instrucción del pecador de fray Pedro Amoraga:
No es la misma, pero son parientes desde luego, más considerando al niño Jesús que sostienen. Puestos a conservar tradiciones, tal vez hubiera sido mejor optar por una estatua más parecida a la Virgen de la Victoria que durante siglos se veneró en el convento mínimo de Triana, hoy en la Parroquia de Santa Ana:
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