lunes, 15 de julio de 2024

De Superiores, súbditos y navegaciones

 

No sé si a estas alturas el Capítulo General de los Mínimos celebrado en Roma habrá elegido ya al Corrector General (lo saben, en cambio, con toda seguridad los novicios y las monjas de clausura). Elegirlo no ha de ser tarea fácil en este momento difícil que nuestra Orden  está viviendo. Y no lo es porque en nuestra Orden no hay hoy día, que yo sepa, capacidad clara de liderazgo. Esta no es una carencia reciente. Tuvimos en el pasado siglo un General con liderazgo poco discutible: el Padre Savarese. Después de él ha habido un Corrector General santo y espiritual, otro que hizo lo que pudo y supo, un reputado profesor con actitudes incomprensibles que se reveló muy incomprensivo con los súbditos, un reformador cuyo programa fue aprobado explícitamente por el Capítulo pero cuya aplicación fue evitada y frustrada por la mayor parte de los frailes, y para terminar dos Generales que no han tenido otro programa de gobierno que la inhibición. Cuando la nave atraviesa el temporal (y créanme que el temporal actual es por lo menos de fuerte marejada) y más tratándose de una nave pequeña como la nuestra (pero con pesado bagaje), nos limitamos unos y otros a achicar como podemos, más si al mando se halla alguien cuya única intención declarada es capear torpemente el temporal (y encomendándose a la Agenda 2030 y al Papa Francisco). Si no hay alguien que de verdad tenga un poco de visión de navegación, de previsión de futuro y de marcar un rumbo claro, vamos a continuar simplemente achicando. Y pienso que no, no lo hay. Además, hay un peligro añadido que en algunas partes ya se está concretando. Si la tripulación tiene la impresión de que el capitán y sus oficiales la llevan a la deriva, los motines, expresos o larvados, detectables o inapreciados, surgen. Surgen cuando se toman decisiones vocacionales no simplemente equivocadas, sino concretadas en errores garrafales. Surgen cuando las pocas opciones de gobierno resultan ambiguas o superficiales. Surgen cuando se sacrifica a las vocaciones auténticas favoreciendo a las vocaciones falsas (las vocaciones son como la moneda, la falsa hace desaparecer a la auténtica). Surgen cuando alguien que tenía el estatus de tripulante acaba sintiéndose como un condenado galeote al que pretende marcarle el ritmo el último grumete. Cuando esto se tolera, los tripulantes más conscientes empiezan por construirse su propia barcaza de salvamento (“sálvese quien pueda”), ni reman ni achican (“no vale la pena”), no atienden a directrices (“inútiles pendejadas para cubrir el expediente de Adviento-Cuaresma”) y acaban por comportarse en el mejor de los casos como simples pasajeros...



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