El clásico adagio tiene en sí mismo, a partes iguales, cortesía e hipocresía. Además, sólo tiene validez durante un tiempo limitado. De lo contrario, toda la historia sería o una apología continuada o un silencio vacío. Si toda historia es ya de por sí un relato más o menos literario, llevar a las últimas consecuencias el nihil nisi bonum la convertiría en pura distorsión. Esta distorsión a veces conviene a los políticos y, dependiendo de la ideología de los vivos, en España tenemos palmarios ejemplos, no sólo recientes sino actualísimos.
Lo decía mi profesor de derecho canónico (durante mis estudios eclesiásticos) cuando tocaba el tema del Romano Pontífice: “piensen ustedes que el Papa es intocable, métanse con todos los organismos vaticanos cuanto quieran, pero el Papa es intocable”. Eran los tiempos de Juan Pablo II y otro profesor de derecho canónico (este en la Universidad civil) comentaba el recién aprobado CIC haciendo repetidas referencias positivas, sin duda de interpretación extensiva, a los documentos del Concilio, añadiendo una y otra vez la coletilla para nada positiva: “aunque con este Papa que tenemos ahora...”. Algunos de mis lectores recordarán, conforme a esta orientación, algún chiste sobre la imposibilidad futura de otro Papa polaco mientras Dios sea Dios.
Todo esto viene a cuento de que durante el pontificado de Papa Francisco me he guardado muy mucho de opinar sobre él, sobre su Magisterio, sobre su “magisterio” y sobre sus declaraciones en los aviones. Nunca en una homilía podrán decir los fieles que me han oído atacarle ni nada parecido. También es cierto que le he citado poco (sólo ocasionalmente en relación con la murmuración) y que mi gran referencia inmediata sigue siendo Benedicto XVI, de quien siempre, leyéndolo y oyéndolo, aprendí algo nuevo. Con Francisco, después de leer Fratelli tutti y de donde reconocía explícitamente haber sacado la inspiración preferí no leerle demasiado. Pero una vez fallecido, ¿se puede o no expresar un parecer sobre su pontificado?
Nuestra Regla manda a los frailes que, respecto al Papa, fideliter oboediant. No es poca cosa, teniendo en cuenta lo obediente que fue nuestro Fundador. Nunca en el trecenario se dirá que para hacerle ir a Francia Sixto IV tuvo que enviarle dos obediencias, una de ellas bajo pena de excomunión. Como decía un fraile bromista, se recibió la primera obediencia y San Francisco preguntó al portero: “¿esto ha venido por correo ordinario o por correo certificado?”. “Por correo ordinario, buen Padre”. “Ah, entonces hacemos como que no lo hemos recibido”. Llegó la segunda y ahí tuvo que obedecer, no se habló más, a preparar la mochila y para Francia.
Los redactores de nuestras actuales Constituciones eran más papistas que el Fundador, así que, no contentos con la obediencia, añadieron la profunda veneración. El Directorio se limita a agregar que a la muerte del Sumo Pontífice cada sacerdote aplicará una misa en sufragio por él. Eso está hecho, aunque no sé si le servirá de algo. Anunciando su deceso, el cardenal Farrell dijo: “è tornato alla casa del Padre”. En el evangelio el que vuelve a la casa del Padre es el hijo pródigo; no creo que sea el caso aplicable. Es verdad que en la casa del Padre hay muchas moradas y si lo que quiso decir el cardenal camarlengo es que el Papa Francisco ya tiene allí su morada, su plenitud de vida y bienaventuranza preparada por Jesucristo, no sé qué leches hacemos ofreciendo sufragios y oraciones absolutamente superfluas. Nuestro Cardenal Omella, sin ser ninguna lumbrera, estuvo más acertado, indicando que Papa Francisco ha ido al encuentro de Jesucristo (aquí tuvo un momento de duda, como quien va a decir Juez, casi se le escapa)...Salvador, bien, entonces sí es indicado rezar por él.
En fin, la persona será juzgada, como cada uno de nosotros, por Jesucristo. Pero no es ilegítimo humanamente preguntarse sobre su pontificado. ¿Ha sido un magisterio de claridad, de entusiasmo de ser católico? ¿Ha defendido la verdad católica, la moral católica, la belleza cultual? No sé yo... Para mí, y no creo ser una excepción, el contraste con el pontificado anterior ha sido demasiado notable. Benedicto emitió Summorum Pontificum no sólo en favor de la unidad, pero también por ella. Francisco emitió Traditionis Custodes pretextando la unidad y me parece que consiguiendo el efecto contrario. Benedicto recordó que, antes del diálogo, está la misión. Francisco, por si a alguien no le quedara clara la importancia suprema dialogal, clamó repetidamente, insistentemente, contra el proselitismo. En realidad, el final del evangelio de Mateo probablemente se deba a la comunidad del evangelista y, por tanto, no hay que tomar al pie de la letra, como ipsissima verba Iesu, eso de ir a bautizar y hacer discípulos enseñándoles a guardar todo lo que Jesucristo enseñó, cuando en realidad el Señor lo que dijo es que hay que dialogar, que to er mundo es güeno. Una eficiente crítica textual nos mostraría también que lo de que el sí sea sí y el no no tampoco lo diría nuestro Señor, pues es cosa propia de quien piensa intolerantemente que posee la verdad. Hubo una generación de vocaciones sacerdotales procedentes de Juan Pablo II y su contagio juvenil. Hubo una discreta pero bien preparada generación de vocaciones sacerdotales con Benedicto. No estoy muy seguro que haya sucedido lo mismo con Francisco. Además, buena parte del laicado, el más popular, se ha sentido a veces confundido, mientras que el más rectamente instruido (el que mejor conoce el Catecismo, por ejemplo) se ha escandalizado ante ciertas ambigüedades, ha perdido el miedo y a través de las redes ha dicho muchas cosas que Obispos y sacerdotes hemos disciplinadamente callado. No todos callaron, es cierto. Pero quien se atrevió a hablar pagó un precio (la destitución), con la pena añadida de que los medios no apliquen ningún discernimiento y manden a todos los opositores al mismo saco, lo cual es manifiestamente injusto (no es lo mismo Strickland que Viganó).
Tal como yo lo veo, el Papa es como un controlador de vuelo que tiene que procurar que cada creyente aterrice en el suelo firme de la santidad. En el aeropuerto del pontificado de Francisco la sensación ha sido caótica. Recuerden el episodio de Anke de Bernardinis, aquella anglicana que le preguntó al Papa cómo alcanzar la comunión con su marido católico, es decir, sobre la posibilidad de participar juntos plenamente en la Cena/Eucaristía. La respuesta fue un me parece que sí, me parece que no, para finalmente desembocar en un “aterriza como puedas”. Si la respuesta final es esta, entonces...¿para qué sirve el Papado? No hace muchos días un músico católico se preguntaba análogamente para qué sirven los obispos.
Desde luego ha sido el pontificado del diálogo (?) interreligioso. Lo dudoso es que tal diálogo haya servido para algo, si no para blanquear una fe que va creciendo en Europa de forma exponencial, que es sólo pacífica en apariencia, que es impulsada globalísticamente y que sólo algunos temerarios se atreven a denunciar. Además, para acentuar la propia irrelevancia no hay nada mejor que tirar piedras sobre la propia cabeza, abrazando el indigenismo hasta el ridículo canadiense. Todos hermanos, aunque algunas voces europeas sigan empeñándose en hablar de sustitución étnica programada. Yo no utilizaré esta expresión tan temeraria, tan alocada, tan agresiva y no lo haré, porque me parece intelectualmente rebuscada. Al pensamiento políticamente correcto le molesta; para mí, es puro almíbar. Pienso que podemos hablar más directamente: lo que está en marcha, si no hay una evangelización decidida, un crecimiento de la fe cristiana real, es un verdadero etnocidio. Se trata de borrar del mapa la fe cristiana y la cultura de ella derivada. El último pontificado, que clamaba tan insistentemente contra la injusticia, no se ha caracterizado precisamente por defender la propia identidad. Ni por denunciar la exacerbada y sangrienta persecución del cristianismo que se está dando, gracias a los querídísimos hermanos todos, en otros lugares del planeta, particularmente en África. Por eso, no es de extrañar que a alguien en estos días se le hinchen las narices y exabruptos usualmente injustificables se vuelvan justificados.
El Papado de un religioso, de un jesuita, ¿ha servido para revitalizar la vida consagrada? Aparte del espaldarazo que han supuesto ciertas orientaciones sinodales para algunas monjas reivindicativas, la mayoría ya de una edad provecta, ¿se ha impulsado la vida religiosa? ¿Han crecido las vocaciones? No me lo parece. ¿Ha aumentado en nosotros, los consagrados, la conciencia de nuestra vocación, el ánimo a ir adelante en un ambiente hostil? Bah, muchos han abandonado y otros misteriosamente hemos seguido, sin que yo pueda hallar otra explicación que el jeremíaco fuego ardiente prendido en los huesos, del que ni siquiera con un pontificado como este podemos algunos desprendernos...
En cuanto a la moral, dejando aparte las llamadas a la justicia, a la inmigración sin límites ni normas (salvo por lo que se refiere a entrar en la Ciudad del Vaticano), a la lucha contra el cambio climático (ay, ay, el lamento doloroso del planeta), no puedo menos que recordar cuando dijo que vacunarse con una vacuna (que más que una vacuna se parecía a una terapia génica experimental, digo se parecía, no digo yo que lo fuera) era una obligación ética... Sólo conozco a una persona que, padeciendo un cáncer, murió de covid. Pero en cambio sé de más de una que, aparentemente sana, falleció inesperadamente de fulminante ictus cerebral o algo parecido. No sé si alguien se atreverá a preguntarse cuántos muertos por covid hemos tenido en la Orden o si algún deceso, no precisamente de un anciano, no sería atribuible a tan obligatoriamente ética inoculación. Nunca sabremos, pero es indiscutible que en el régimen de privación de libertades que supuso la pandemia, la Iglesia bajo el pontificado de Francisco no fue una instancia crítica y servicial, sino que siguió obedientemente los dictados de la oligarquía: iglesias cerradas, promoción del pánico, quédate en casa, después distancia de seguridad, mascarillas, soluciones hidroalcohólicas (todavía hoy en mi parroquia la mayoría de los feligreses se da la paz con distantes cabezadas, y mi longevo párroco todavía no se decide a poner agua bendita en la pila de la entrada, porque nunca se sabe...)
No puedo sinceramente hacer un balance positivo de este pontificado. Mis pocas luces no me permiten siquiera descubrir los logros de la cacareada sinodalidad. Pero pienso que Francisco será beatificado muy pronto. Basta con que se abra el proceso y declare como testimonio nuestro Presidente Pedro Sánchez, quien ha manifestado su devota admiración por el Papa difunto. Pedro Sánchez ha obtenido, tal vez invocando a Francisco, un prodigioso milagro: aumentará el gasto en defensa en 10.000 millones de euros sin subir impuestos, sin crecimiento de déficit, sin disminuir gasto del estado del bienestar. ¡Puro milagro! También es verdad que resulta tremendamente doloroso que el milagro, por intercesión de un Papa pacificador, se produzca exactamente para preparar la guerra, en lugar de adecentar las prestaciones de dependencia o la atención a los enfermos de ELA, pero bueno, para estas cosas ya tenemos la eutanasia que, por ser más asequible, requiere menos presupuesto y no precisa mediaciones sobrenaturales para su financiación. En cualquier caso, ¡santo subito!
A algún otro, sin embargo, le tocará esperar:
Este Porfiri tiene mucha razón.
ResponderEliminarNo se pueden decir las cosas de una forma más clara y de una forma
ResponderEliminarMás respetuosa, yo posiblemente no lo hubiera hecho, yo habría sido más hiriente